¡Empezar!
Hemos iniciado el Adviento, tiempo maravilloso para vivir la esperanza y con él también se ha inaugurado el Año de la Vida Consagrada. Empezar, iniciar, siempre crea expectativas, levanta ilusiones, esperanzas.
El Domingo 30 cuando volvía a casa, después de vivir (sí, vivir) la Eucaristía de Apertura del Año de la Vida Consagrada venía contenta. Era mucho lo allí vivido en torno al altar mayor y con una catedral repleta. Los consagrados de la diócesis, con sus pastores, celebraban la Eucaristía, verdadera acción de gracias.
He leído la carta que el Papa Francisco ha escrito a todos los consagrados, como sucesor de Pedro y también, lo dice él, como hermano y consagrado a Dios. ¿Qué me ha dejado esta preciosa y realista carta? Ciertamente que lo primero de todo: vivir mi consagración con plenitud, con humildad y con confianza en el Dios Amor.
Y me pregunto: ¿Qué espera el Papa para este año de gracia? Él nos lo dice una vez más: la alegría. “Dios es capaz de colmar nuestra corazones y hacernos felices”. Una vida que transparenta la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Jesús. Nos anima también a vivir la profecía, a mantener viva las “utopías” del Reino. Viviendo la espiritualidad de la comunión, desde las pequeñas comunidades, abiertas a los otros, al mundo entero, a las interculturalidades, tan presentes ya en nuestras comunidades.
Estamos celebrando también el año jubilar de Santa Teresa, monja inquieta y andariega. La vida consagrada tendrá que despertar para ir a las nuevas periferias de las que nos habla el Papa: periferias de exclusión.
Francisco dice en su carta que es para todos, no solo para los consagrados. Nos invita a todos a vivir este año que en definitiva es dedicado a Dios, la Iglesia y a toda la humanidad.
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