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SIMONÍA

    Cada frase de Su Santidad el Papa Francisco corre el riesgo de sufrir la estigmatización que vienen padeciendo algunos autores modernos o no tan modernos, a los cuales, por arte de lo que hoy se llama un "meme", se les viene aplicando la pública y penosa sanción de endosarles palabras ajenas, expresiones impropias o pensamientos sencillamente apócrifos. Es lo que acostumbro a denominar "la Pena de Paulo Coelho", autor prolífico don Paulo del cual circulan por Internet toda clase de frasecitas de pensamiento feble, inventiva light o reflexión de esas que se suelen hacer en la cola del mercado, mientras tu cabeza se desvive entre la variabilidad de los precios y la solución a todos los males de la Humanidad. Sobra decir que muchas de las frases aplicadas o son apócrifas, de autor realmente anónimo, o sencillamente se trata de interpretaciones normalmente interesadas sobre declaraciones a veces brevísimas hechos por la víctima de la ilegítima referencia, y con frecuencia llevan entre líneas una escondida mala intención.

    En días atrás ha circulado por los medios una afirmación rotunda de Su Santidad, alzada en tono de clamor, que reproduzco a continuación, por hacerlas literales antes que un "meme" de facilona circulación:

"Cuando los que están en el Templo – independientemente de que sean sacerdotes, laicos, secretarios que se ocupan de administrar la pastoral en el Templo – se vuelven especuladores, el pueblo se escandaliza. Y nosotros somos responsables de esto. También los laicos, ¡eh! Todos. Porque si yo veo que en mi parroquia se hace esto, debo tener el coraje de decírselo en la cara al párroco. Y la gente sufre por ese escándalo. Es curioso: el pueblo de Dios sabe perdonar a sus sacerdotes, cuando tienen una debilidad, resbalan sobre un pecado… sabe perdonar. Pero hay dos cosas que el pueblo de Dios no puede perdonar: a un sacerdote apegado al dinero y a un sacerdote que maltrata a la gente. ¡No es capaz de perdonar! Y el escándalo, cuando el Templo, la Casa de Dios, se vuelve una casa de negocios, como aquel matrimonio: se alquilaba la iglesia".

    Conste de antemano que cualquier declaración del Papa Francisco hay que saberla leer en su contexto y en su propio sentido, de lo contrario se corre el riesgo, que a veces es mala fe intencionada, de interpretarlas con un sentido ajeno a lo que verdaderamente pretenden o, en este caso, denuncian. Su Santidad hace pública declaración contra los comportamientos intraeclesiales ciertamente corruptos, particularmente contra aquellos que se dedican a la compraventa de sacramentos, práctica sin duda aberrante dentro de la Iglesia, y que, aunque nos pueda parecer sorprendente, existen por desgracia si no desde que Jesucristo puso la primera Piedra en San Pedro, sí casi la segunda, cuando a éste el tal Simón el Mago quiso comprarle su poder para hacer milagros en el nombre del Espíritu Santo, siendo aquél gravemente reprobado por San Pedro: «Maldito sea tu dinero y tú mismo, Porque has creído que el don de Dios se compra con dinero» (Hechos 8, 20). De este pasaje del Nuevo Testamento procede lo que se llama delito de simonía, consistente, muy escuetamente referido, en el comportamiento de quienes pretendieran la administración de bienes espirituales a cambio de algún beneficio material.

    Por desgracia la Iglesia ha tenido que luchar en su secular historia contra este mal. Los casos de simonía han sido muchos en nuestra Historia, pero también los de grandes figuras que se han enfrentado a ella con no poco tesón y encomiable valentía, como San Pedro Damián. Hoy, sin embargo, compartimos por suerte una Iglesia más regida, en mi modesta opinión, por hombres que tienen sus principios y obligaciones suficientemente claras como para caer en tan torpe delito. Ello no es óbice para que se den casos, siempre denunciables y no menos execrables. Lejos de eso, sin embargo, el verdadero problema en mi opinión es otro: si repasamos la interpretación que se ha realizado de las palabras del Papa en la mayoría de los medios de comunicación, se puede observar fácilmente que se ha buscado el sesgo crítico contra la Iglesia, Por lo pronto, intentando la generalización sobre las mismas; por otro lado, desconociendo la realidad de qué, cómo y porqué se cobran algunos servicios en nuestras parroquias.

    El primer problema de fondo es que muchas personas que se acercan a recibir sacramentos, desconocen interesadamente la finalidad o motivo del servicio que se les está administrando. En la mayoría de los casos, se establecen unas tasas o estipendios por tales servicios, que incluyen cuestiones de administración interna de la parroquia; en otros, se refieren a una serie de gastos que sufre la misma parroquia por la administración de sacramentos. Estas tasas o estipendios son de carácter necesario y normalmente preestablecido, se publican en los tablones parroquiales, y cualquiera puede tener acceso a ellas. Vienen previamente establecidas por la diócesis, a efectos de facilitar una tasación homogénea de los servicios que se prestan desde las diferentes parroquias. A su vez, es obligatorio referir que ninguna parroquia ni ningún sacerdote, al menos que yo conozca, deniega la administración de ningún sacramento si no se abonan determinadas tasas, que tienen una naturaleza muchas veces más de donativo que de precio público. Un estipendio no deja de ser una humilde ofrenda necesaria para el sustento del clero y de la Iglesia en línea por lo dicho por Cristo: «Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario» (Lucas 10:7).

    En el fondo, todo este problema tiene mucho que ver con la financiación de la Iglesia y la falta de compromiso de muchos cristianos respecto al sostenimiento de la misma. Resulta prolijo extenderse sobre este particular, pero sospecho que muchos cristianos de nuestro país, viven con la errónea convicción de que la Iglesia, y la parroquia, se sostiene de la nada y que ellos tienen un derecho absoluto a recibir los sacramentos de cualquier modo y manera. En el fondo, pedir la gratuidad de los servicios que se prestan a través de ella deviene en el absurdo de que la misma parroquia no sea sostenible y resulte imposible de atender tarde o temprano. En fin, se trata simplemente, como ya hemos hablado en otras ocasiones, de un cambio de mentalidad sobre el sostenimiento eclesial, algo a lo que tarde o temprano hemos que hacer frente los cristianos comprometidos de este país.
 


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