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La corrupción empieza por usted

    La extensión de las prácticas corruptas en nuestro país está llegando a niveles que hasta hace pocos años hubièramos sido incapaces de predecir. Hace pocos años difícilmente hubiéramos asegurado que esta amenazante lacra alcanzaría las cotas de hoy, ni vislumbrar siquiera la punta del iceberg que afecta a la mayoría de las instituciones del Estado.

    Las causas y razones requieren algo más que un blog, obviamente. La propensión al trilerismo, al desprecio de lo público y a su consideración como algo sin dominio, es probablemente un rasgo triste de nuestra cultura. La inclinación a la apropiación de lo ajeno entronca con rasgos históricos españoles, desde que Quevedo sacralizó al Buscón, o Cervantes inmortalizó a Rinconete y Cortadillo como tipos sociológicos ibéricos. Deben estudiarse las causas de nuestra propensión al desfalco y la razón de su extensión impune entre políticos y no políticos, aunque en el fondo (no se sientan aludidos), sospecho que existe cierta inclinación en el ADN de algunos representantes públicos. Esa corrupción entronca con el Siglo de Oro español, en el que la riqueza llegaba de ultramar, sin que el hidalgo tuviera que enfangarse en trabajos deshonrosos: cuando la riqueza dejó de llegar, se siguió con la impronta del "loco repúblico y de gobierno" del Buscón, preocupado por aconsejar a su Majestad secar hasta las aguas del mar por embeberlo con esponjas.

    Apuntar a las causas es complicado. Me aventuraría a sugerir alguna pincelada que debe cambiar en el paisaje para que ganemos la batalla a tanto Buscón. Debemos revisar la consideración de sí mismos que tienen los representantes públicos y su convicción de encontrarse por encima del ciudadano, y me atrevo a decir que, algunos al menos, por encima del bien y del mal: estamento superior, de impronta casi medieval, por el que se piensan incluso que tienen más derecho que cualquier ciudadano para hacer cuanto hacen. Recuerdo a un profesor en la Universidad, empezando a estudiar el Derecho Administrativo, que hacía hincapié en el concepto de "servicio público": nuestros representantes públicos han dejado de estar al servicio del público y han puesto lo público a su particular servicio. Urge reconstruir este principio básico y tener en cuenta que el voto es un mandato personal: cuando usted vota, da un poder de representación a un representante, hágase consciente pues, y reflexione profundamente a quien apodera y porqué motivos.

    En verdad en toda esta crisis hay una gran oportunidad: en el fondo de la corrupción está empezando a sucumbir una mentalidad, la que promocionó la cultura del pelotazo, el relativismo, el mínimo esfuerzo en la educación o la equívoca idea de que lo público no es de nadie, e incluso nuestra sociológica propensión a vivir de una pensión, de una subvención o de una ayudita que nos permita dedicar nuestros días a ese indefinido "Estado del Bienestar" que omite la necesidad de que para "estar bien" antes es necesario "ser bien". Luchamos contra una mentalidad: nuestra Crisis es de principios, de valores, como ya se ha apuntado. Y la verdadera esperanza es constatar que se puede superar si recuperamos valores y principios que antaño tuvimos y de algún modo se han dejado aparcados por las prisas de llegar antes a una meta a veces imprecisa.


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