¿Liturgia o coreografía?
Si se preguntara a los hermanos cuál es el día más importante del año para su Hermandad, es posible que muchos respondieran que aquel en el que realizan su estación de penitencia a la S.I. Catedral. Sin embargo el día grande de la Hermandad es el que las Reglas marcan para la celebración de la Función Principal, día en el que se celebra el culto público con especial brillantez.
¿Qué es eso del culto público?, aquél que se rinde a Dios en nombre de la Iglesia, por la persona y en la forma determinada por ella. El conjunto de ceremonias que lo integran, es lo que se denomina Liturgia.
Culto público son la Santa Misa, los sacramentos y el Oficio Divino. En las hermandades el culto público se concreta, fundamentalmente, en la Santa Misa, especialmente en la que se celebra con ocasión de la Función Principal, que si bien tiene el mismo valor, cara a Dios, que las demás misas, en ésta se cuida especialmente la Liturgia, para revestirla de la mayor solemnidad posible.
La Liturgia no es sólo una parte externa y sensible del culto divino, o un ceremonial decorativo, es una realidad en sí misma teológica que exige la presencia y la acción de la Trinidad, en el que la participación de los fieles no se limita a la asistencia y participación, sino que se prolonga en su existencia cotidiana.
Si no se tiene muy presente la doctrina de la Iglesia sobre la Liturgia se puede caer, con la mejor intención, en el montaje de una coreografía espectacular, incluso respetuosa, a la que los hermanos asisten como espectadores y que se agota con la finalización de la misma.
Es bastante más: todos los ritos que rodean la Santa Misa en la Función Principal –y siempre-tienen, como dice el Magisterio, una doble dimensión: por una parte la presencia real de la Trinidad en el sacramento de la Eucaristía; por otra la participación de los fieles, a través de la Iglesia, de ese culto especial y verdaderamente perfecto que Cristo dio al Padre en su vida terrena.
Eso es lo que da sentido al altar de cultos, lo que justifica las dalmáticas y los ciriales, la oportunidad de las lecturas, la candelería encendida, incluso el esmero de los hermanos en ir correctamente vestidos a tan importantes actos. Eso es también lo que obliga a ser muy rigurosos en la preparación de los actos litúrgicos, ateniéndose estrictamente a las normas canónicas y evitando cualquier afán de “creatividad” en estos temas. La Liturgia no es culto por su forma solemne, sino porque en ella los fieles son incorporados a Cristo, como miembros de su Cuerpo, para dar al Padre la alabanza auténtica y verdadera.
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