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Creo en el Espíritu Santo

 

espiritusantoDespués de la Ascensión del Señor a los cielos, que es la culminación del triunfo de Jesucristo, celebramos la solemnidad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo.

Al subir Jesús a los cielos desaparece su presencia corporal en medio de nosotros, pero empieza una nueva presencia más espiritual, permanente y eficaz. El mismo dijo: “Yo me quedaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20). Y en la última noche les había dicho: “Yo no os dejaré huérfanos sino que volveré a vosotros”.

Él subió a los cielos para volver con el Padre y el Espíritu Santo, para morar no solo con nosotros sino dentro de nosotros como Él mismo dijo: “Si alguien me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y pondremos nuestra morada dentro de él”, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Juan 14, 23).

En la última cena, con sus discípulos, Jesús les decía algo que ellos tristes no acababan de entender: “Os conviene que Yo me vaya porque si Yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si Yo me voy os lo enviaré” (Juan 16, 7) “y Él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que Yo os he enseñado y entonces entenderéis muchas cosas que ahora no entendéis, y podréis llevar cosas que ahora no podéis” (Juan 16, 12).

Todas estas promesas y otra que les hizo Jesús ya resucitado, poco antes de subir a los cielos: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días” y se cumplieron el día de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y María, reunidos en el cenáculo. Acontecimiento que nos narra San Lucas en el capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles.

¿Signos de su presencia? Ruido, viento impetuoso, lenguas de fuego. ¿Frutos? Amor, alegría, fortaleza, valentía, paz, transformación total de escala de valores, de actitudes, de comportamientos de los apóstoles. Antes: egoístas, débiles y cobardes. Después de recibir el Espíritu Santo, amor incontenible a Cristo y a los demás, alegría y gozo, valientes y fuertes ante las amenazas, azotes, cárceles etc.

No podemos callar aquello de lo que nosotros hemos sido testigos, decían los apóstoles. Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. Ellos, los apóstoles y los discípulos de Jesús, tuvieron aquella experiencia profunda de la presencia y de la actuación descarada, clamorosa y gozosa del Espíritu Santo que Jesús y el Padre les habían enviado.

Con Pentecostés nace oficialmente la Iglesia y empieza el tiempo, por así decirlo, del Espíritu Santo que es el alma de la Iglesia. Al leer los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo la Iglesia nace, crece y se extiende de manera incontenible “por obra del Espíritu Santo”. El Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida, es el que da vida a la Iglesia, la vivifica, la guía, la empuja, la conduce, la da fortaleza. Él la transforma y la renueva.

Tenemos el peligro de celebrar la Solemnidad de Pentecostés solo como un acontecimiento que pasó hace más de dos mil años, pero que no tiene actualidad hoy en nuestras vidas. Para muchos cristianos el Espíritu Santo es hoy el gran Desconocido, el gran Olvidado, como sin fuera el gran Ausente.

Y para ti en tu vida diaria, ¿qué está significando el Espíritu Santo? No dejes de contestarte hoy ésa pregunta. Y sin embargo, el Espíritu Santo sigue siendo el alma de la Iglesia, vive y actúa, ilumina, inquieta, purifica dentro de cada uno de nosotros (Juan 14, 16,23).

El Padre ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo y nuestros cuerpos se han convertido en Templos del Espíritu Santo (Galatas 4, 6)

La presencia y la actuación del Espíritu Santo se vio clarísima en el Concilio, con razón decía el Beato Pablo VI en su documento sobre la evangelización, que “nosotros vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu”. Puede decirse que el Espíritu Santo es el Agente principal de la evangelización. Él es el alma de la Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio (E-N, 75). Todos nosotros también hemos tenido en algún momento de nuestras vidas una experiencia profunda de la actuación gozosa del Espíritu santo.

Otros tenemos el peligro de apagar con el tiempo la Luz y el Fuego del Espíritu y el peligro de perder las inquietudes, la alegría, la valentía, la ilusión y aquel “amor primero” del que nos hable San Juan en el Apocalipsis 2 y de caer el la comodidad, en la cobardía, en la mediocridad y en el conformismo y la tibieza, ahogando las llamadas e inquietudes que el Espíritu despierta y suscita dentro de nosotros mismos.

Al celebrar la Solemnidad de Pentecostés, vamos a reafirmar nuestra fe en el Espíritu Santo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida” y vamos a pedirle desde lo más profundo de nuestra alma: “Ven Espíritu Santo, ven…..

Y vamos a dejarle manos libres para que El nos ilumine, nos oriente, nos empuje, nos purifique………. Aunque nos duela. Que nos renueve y transforme en hombres y mujeres con un corazón nuevo y un Espíritu nuevo.

Seguiremos reflexionando.

Con el cariño de  PUBLIO ESCUDERO


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