Tras las huellas de Juan y Pablo
Queridos hermanos y hermanas:
La Delegación Diocesana de Peregrinaciones ha programado una peregrinación a Turquía, la antigua Asia Menor, en la que yo mismo participaré. Tendrá lugar entre los días 3 y 11 de julio. Visitaremos Antioquía, el valle de Goreme, Pamukale, Konya, Listra, Pérgamo, Tiátira, Tarso, Esmirna, Éfeso y Estambul.
Los objetivos generales de este viaje son redescubrir en primer término las figuras de los apóstoles Pablo y Juan, que implantaron el cristianismo naciente en aquellas tierras, cuna del cristianismo, hoy desgraciadamente perdidas para la Iglesia y el cristianismo. Conoceremos la actividad misionera de san Pablo en sus múltiples viajes apostólicos, de los que guardan memoria los Hechos de los Apóstoles; volveremos sobre sus cartas, dirigidas a las Iglesias que él fundó y a algunos de sus colaboradores, un auténtico tesoro para la teología y la espiritualidad cristiana; trataremos de acoger sus ricas enseñanzas; y renovaremos nuestra fe y nuestro compromiso apostólico y evangelizador.
Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, en Asia Menor, fue en su juventud un judío celoso y observante de la ley de Moisés. Por ello, tan pronto como el cristianismo comienza a expandirse fuera de las fronteras de Israel, pide permiso al sanedrín judío para perseguir a los cristianos de Damasco (Hech 9, 2). Allí se dirige, cuando una luz cegadora lo derriba del caballo. Tiene lugar entonces su encuentro decisivo con Cristo que marcará toda su vida. Luego de un periodo de interiorización orante, en el que comprende en toda su profundidad el misterio de Cristo, inicia su ministerio anunciando a Jesucristo, salvador y redentor, a los gentiles. En sus múltiples viajes misioneros, a lo largo y ancho del mundo mediterráneo, superando enormes dificultades, peligros, prisiones y naufragios, fundó numerosas comunidades cristianas, que fueron su gozo y su corona y que en nuestra peregrinación visitaremos. En todas ellas anunció a Jesucristo resucitado y su Evangelio, poniendo al frente de ellas pastores a los que él mismo impuso las manos.
A lo largo de la historia de la Iglesia, San Pablo ha sido considerado como el prototipo del apóstol cristiano, el modelo de nuestro San Juan de Ávila, apóstol de Andalucía, y de San Francisco Javier, apóstol en el lejano Oriente, y de tantos y tantos apóstoles y misioneros, sacerdotes, consagrados y seglares. ¿Cuál es el secreto de su ímpetu evangelizador y de su fuego misionero? La respuesta es muy sencilla: su amor ardiente a Jesucristo. No hay otra. A partir de su encuentro sorprendente con Cristo, el Señor es su razón de ser. No existe otro interés o móvil que vivir con Él y para Él, hasta poder afirmar: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
De su identificación y comunión permanente con Jesucristo, nace su irrenunciable compromiso misionero, sus cartas, sus viajes incontables, la fundación de nuevas comunidades, sus sermones ante las muchedumbres y la tarea paciente de formación de sus continuadores. Siente la urgencia de evangelizar, “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2), hasta poder exclamar: “Ay de mí si no evangelizare» (1 Cor 9,16). Y lo hace con convicción, valentía y audacia, sin temer incomprensiones y rechazos (2 Tim 1,7), anunciando a Jesucristo muerto y resucitado, la Cruz de Cristo, que es escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero para nosotros fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,18). Ella es el único camino que nos permite vivir la verdadera libertad de los hijos de Dios (Gál 5,1) y la novedad de vida que el Señor nos brinda con la fuerza misteriosa de su resurrección (Rom 6,4). Para ello, es necesaria la conversión, que nos permite vivir la vida según el Espíritu (Rom 8).
Conoceremos también los lugares en que estuvieron implantadas las siete Iglesias de Asia a las que san Juan dirige las siete cartas que figuran en los capítulos 2 y 3 del libro del Apocalipsis: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. En ellas, san Juan nos invita a recuperar el eje y el centro fundamental de nuestra vida que no puede ser otro que Jesucristo. Leeremos serena y reposadamente las siete cartas. Las comunidades a las que se dirige el apóstol san Juan probablemente están atravesando una situación delicada: ha comenzado a mitigarse el primitivo fervor, han comenzado a aparecer las primeras herejías. Seguramente ha comenzado la persecución contra los cristianos y, tal vez, algunos guías de la comunidad carecen del vigor espiritual y de la talla moral necesarios para conducir a los fieles. En este contexto Juan brinda a estas comunidades un camino penitencial, un camino de conversión, que también nos brindará a quienes peregrinemos por aquellas tierras, cuna del cristianismo.
Invito a todos los que les sea posible a sumarse a esta peregrinación, que estoy seguro será un acontecimiento de gracia para todos los que en ella participemos.
Encomendando al Señor los frutos espirituales de nuestra peregrinación, para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla