Archidiócesis de Sevilla

El rostro de su Santidad es casi poético. El gesto realmente no puede ser otro que el de quien se queda estupefacto ante semejante cosa, osada, no exenta de matices cercanos a la falta de conocimiento. Lo pueden ver en la foto: Evo Morales, presidente de Bolivia, hace al Papa Francisco un regalo que lo mismo pudiera encontrarse en un bazar de los chinos, de esos que a veces se ven, “sanpancracios” bizcos, “sanjudastadeos” con caras de sufrimiento estético, o algún Sagrado Corazón sacrílego que pide en un gesto de misericordia ser sacado del estante de la tienda por pura compasión y caridad cristiana. El regalo de Evo Morales no puede ser más antitético: cierto que en estos tiempos la gente no comprende los símbolos, pero la hoz y el martillo es la enseña universal de un régimen atroz, asesino de cien millones de personas, ramplón con los valores y mezquino con las libertades, caricatura de lo que debiera ser la liberación real, atrabiliario y perseguidor incluso de la libertad religiosa, en ese miedo suspicaz y ridículo que le tienen las grandes dictaduras a quienes piensan libremente y se ven inspirados por la libérrima inspiración del Evangelio de Jesucristo.

El regalo no puede ser más simbólico, sin embargo: sobre una hoz y un martillo de dorados envejecidos, aparece un Cristo crucificado y aparentemente muerto. Me atrevo a desentrañar los matices de este símbolo: la hoz y el martillo con dorados sucios y casi rotos es el reconocimiento de un régimen que falseó sus fachadas con una mano de Titanlux, la fachada de quien quería aparentar una casa brillante, pero enjalbegada en verdad por miles de grietas que atestiguan las heridas causadas a sus ciudadanos por esta ideología inhumana. La hoz es el sesgo burdo y roto de una sociedad a punto de morir. El martillo es el arma con la que sus dictadores, aquellos que ponían zapatos encima de las mesas de negociación, hacían más muestra de fuerza y de sufrimiento a sus conciudadanos. Un Cristo crucificado sobre ese martillo no es más que la apariencia de un Cristo muerto, porque nuestro Cristo de verdad está vivo, resucitado y ha vencido a toda esa podredumbre de muerte causada por este régimen fiero y cruel, que tuvo a Stalin y Lenin, por ejemplo, entre sus artífices.

Quiero creer que Evo Morales no es consciente de su ridículo y sorprendente regalo. Su Santidad lo recibe con no ajena educación, aunque no sé qué podrá pensar sobre el objeto, en el mismo instante de tenerlo entre sus manos. ¿A ver dónde pongo yo «esto«?, porque en Santa Marta, tan escaso como estamos de estanterías para figuritas de Yadró, me temo que va a resultar complicado colocarlo. Con no escasa guasa, me atrevo a imaginar los pensamientos de su Santidad en este momento. En fin, quiero creer que Evo Morales no ha entendido nada: ni la hoz y el martillo refleja a los que luchan por los pobres, ni nuestro Cristo está muerto, ni se puede pintar de dorados a un régimen de grieta y trapisonda. Quiero creer que Evo Morales no ha reflexionado siquiera en su regalo, aunque algo me hace sospechar que sí, de un señor (presidente dicen) que asegura dar culto a la «Madre Tierra«, la misma en la que están enterrados esos cien millones seres humanos muertos a golpe de hoz y martillo.