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Las hermandades sí podemos… y debemos (II)

imagesGP96PREOCabría pensar, y a algún hermano se lo he oído decir que  “en cuestiones políticas las hermandades no tienen por qué meterse; cada uno puede tener sus opiniones y pensar y votar lo que quiera”.

Vamos por partes:  si por política se entiende el mercadeo de pactos, acuerdos, y la organización de temas administrativos, las hermandades poco tienen que decir; pero si entendemos la política en su sentido original, como la gestión de los intereses, aspiraciones y expectativas de la totalidad de los componentes de la sociedad, de todos los ciudadanos, es evidente que los ciudadanos adscritos a hermandades tienen perfecto derecho –y obligación- de participar en esa organización de las libertades en que debe consistir la política. Les vendría muy bien a algunos leer  autores tan poco sospechosos como Platón o Aristóteles, para conocer la fundamentación de los conceptos de persona y política. Les convendría adquirir una cultura básica para  identificar las raíces culturales de Europa, entendida no como un espacio geográfico sino como una identidad cultural conformada por el pensamiento griego, el sentido del derecho romano y el cristianismo, que asume las conquistas de las culturas griega y romana y, al fundirlas con su doctrina, les da un sentido a la vez más humanista y más espiritual.

Las hermandades, objetivo a batir 

Esa tarea se hace cada vez más urgente y necesaria, porque en este ambiente las hermandades son objetivo a batir, no buscando la confrontación con ellas –por ahora- sino mediante su desnaturalización. No hay que preocuparse porque los voceros del régimen acusen a las hermandades de “meterse en política”, como hacen cada vez que éstas opinan sobre algo que no sea la carrera oficial.

Totalmente de acuerdo en que las hermandades no deben meterse en “politiqueo”; pero han de influir en la sociedad civil. Están llamadas a articular la sociedad civil, esa sociedad civil a la que tanto apelan los autodenominados  progresistas  y cuya apropiación pretenden,  y  desde ahí influir y “animar, con espíritu cristiano, el orden temporal”. Cuando las hermandades opinan sobre el aborto, la propiedad privada, el principio de subsidiariedad,  la libertad religiosa, la familia o cualquier otro tema que afecte al desarrollo de la persona no están “metiéndose en política” sino cumpliendo sus fines. Por eso es importante que, además de actuaciones concretas para manifestar su opinión sobre cuestiones puntuales, se vaya dotando a los hermanos de las herramientas intelectuales y formativas necesarias para fundamentar esas opiniones.

La eficacia social de la religión, su potencial para despertar las convicciones morales, no es independiente de su pretensión de  verdad. Si el creyente, el hermano, intenta seguir fielmente las enseñanzas éticas de su fe, es precisamente porque posee la certeza acerca de su verdad.

Formación, cultos  y caridad.  

Esta tarea abarca tres frentes: la formación, el culto y la caridad.

Por una parte intensificar la formación de sus hermanos. El que podíamos denominar  guión de trabajo para ese plan de formación está redactado hace años: el Catecismo de la Iglesia Católica, o mejor el Compendio de dicho Catecismo en el que se ofrece una síntesis del mismo formulada de manera clara y accesible a todos. En él se explica el proyecto de Dios Padre, creador del cielo y de la tierra como morada de los hombres; la fe en Jesucristo, y la acción  del Espíritu Santo a través de la Iglesia, camino de salvación para todos, hasta desembocar en la vida eterna. Desarrolla también  el contenido y alcance de los mandamientos y  define la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios, su vocación a la santidad, el sentido de la libertad y el valor de la conciencia moral.

Los contenidos básicos del plan de formación están ahí. La forma de hacerlos llegar a los hermanos, de forma asequible a cada uno según su nivel cultural, es una tarea que corresponderá a los responsables de formación de cada Junta de Gobierno y a su Director Espiritual. En este sentido hay  iniciativas muy eficaces de algunas hermandades que, sin duda, pueden ser aprovechadas por otras.

Por lo que respecta al culto éste no se resuelve sólo en los cultos anuales previstos en las Reglas (el quinario, o septenario, o lo que cada hermandad tenga establecido), sino en todos los demás actos litúrgicos que organiza la hermandad a lo largo del año.

Sea la función principal o la celebración de otra función religiosa conviene recordar que la celebración litúrgica no se agota en su dimensión externa, sino que es un hecho teológico que exige la presencia y la acción de la Trinidad, en el que la participación de los fieles no se limita a la asistencia y participación, sino que se prolonga en la existencia cotidiana.  La liturgia es una realidad teológica en sí misma y como tal hay que tratarla.

Y por último la caridad, que no es la atención a determinadas necesidades sociales. Ésa es sólo una de sus manifestaciones. Benedicto XVI fija muy claramente el verdadero concepto de la misma: La caridad es amor recibido y ofrecido…Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros … Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad  (Caritas in Veritate n.5). Eso sí transforma la sociedad.

Las hermandades se mueven por amor, no por ideologías.

Un ejemplo ilustrativo. En las últimas semanas los partidos políticos están intentando montar repartos de comidas a niños desfavorecidos. Quieren llegar a 1.500 y ahí andan intentando identificar a los destinatarios de la ayuda, habilitar presupuestos, dotar de personal a esta acción, convocar concurso y hacer llegar la comida a los interesados.

Las hermandades, que se mueven en otras coordenadas, repartieron el pasado año ayudas por valor superior a los 4,5 millones de euros a más de treinta mil personas, niños incluidos, con absoluta eficacia y eficiencia, con costes administrativos despreciables, el 0,25%, y sin gastar un céntimo de dinero público. Pero ellas se mueven por amor, no por ideología. No son de derechas ni de izquierdas, simplemente  reconocen la dignidad de la persona  humana y la atienden.

Es todo un programa de trabajo el que compete a las Juntas de Gobierno y a todos los hermanos en los momentos actuales. No son tiempos malos, como podían pensar algunos, son realmente apasionantes: ¡hay tanto que hacer!, pero son tiempos para gente joven, esto es, para personas con proyectos e ilusiones, que lo que  marca la juventud no  son los años, sino los  proyectos que cada uno tenga. Los desencantados, los que piensen que ya no hay nada que hacer, o que es inútil esforzarse, que se aparten y dejen sitio a  aquellos a quienes ilusiona el futuro.


2 comentarios

  1. Beatriz Melguizo 22:46, Jul 14, 2015

    Muchas gracias por tu post Ignacio. Es una reflexión muy acertada en los tiempos que corren. Dios te bendiga

    Responder a este comentario
  2. Nacho 00:01, Jul 16, 2015

    Muy acertado el post y las ideas que señala en él. Y aplicable a multitud de ámbitos.
    Las hermandades no pueden ser grupos cerrados al margen de la sociedad ni vivir la fe de puertas para adentro, como tampoco lo puede ser un católico a título individual. Si una hermandad (o un católico) se encerrara en sí mismo por imposición externa o para evitar buscarse problemas o complicaciones con el exterior, perdería su esencia, aunque siguiera «viva»: podría aplicársele la frase «¿de qué le sirve ganar el mundo, si pierde su alma?» como «¿de qué le sirve adaptarse al mundo -o lo políticamente correcto- si eso le ocasiona perder su esencia?». «Hay que servir a Dios antes que a los hombres»: y no hacer de la política en ídolo al que adorar, porque la adoración sólo le corresponde a Dios.
    Habrá temas en los que la hermandad -o la Iglesia- no opine porque no tendría sentido (p.e: un plan de tráfico), pero en los más relevantes (p.e: derecho a la vida) sí ha de manifestar su opinión en libertad, con respeto y por responsabilidad (hacia los hermanos y, en primer lugar, hacia Dios).
    «No tengáis miedo» debería ser la frase a recordar siempre. El mundo no nos va a respetar más porque callemos, al contrario, cuando nos vea ceder, irá exigiendo que nos repleguemos más y más, sin cuestionar ninguna de sus imposiciones: ¿qué sentido tendría entonces una hermandad, Iglesia o católico así? Sería sal desvirtuada que no sirve para nada, que en vez de transformar el mundo en Cristo, se dejó vencer por el mundo y sus intereses.
    Un fuerte abrazo

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