Homilía del Arzobispo en la misa de la campaña del Domund
1. Comienzo mi homilía, queridos hermanos y hermanas, dando gracias a Dios que me concede la alegría de presidir esta Eucaristía en las vísperas del DOMUND, la Jornada Mundial de la Propagación de la Fe, que este año se lanza desde Sevilla. Estamos celebrando la Misa votiva por la evangelización y pedimos al Señor que nos conceda celo ardiente por la salvación de las almas y el ardor apostólico y misionero, al que nos ha alentado la Palabra de Dios que acabamos de proclamar. En ella el Señor nos ha invitado a ser guardianes y centinelas de nuestros hermanos, a ser heraldos de la buena noticia del amor de Dios por la humanidad, y a anunciar por doquier que Jesucristo es el único salvador y la única esperanza para el mundo.
2. La renovación de nuestro compromiso misionero es una de las urgencias pastorales más graves de esta hora. Nos lo ha dicho el Papa Francisco en su mensaje para el DOMUND de este año. En él nos ha exhortado a reavivar la conciencia del mandato misionero de Cristo de hacer discípulos a todos los pueblos. Efectivamente, anunciar el Evangelio debe ser para nosotros un compromiso impostergable y primario, especialmente en esta coyuntura en la que Dios ha desaparecido de la perspectiva vital de tantos hermanos nuestros. Así ocurre en las viejas cristiandades de Europa, que en muchos casos se han convertido en territorios de misión.
3. En Occidente estamos construyendo un mundo autosuficiente y orgulloso de sus avances técnicos, un mundo que ha alumbrado una antropología sin Dios y sin Cristo, considerando al hombre como la medida de todas las cosas, entronizándolo falsamente en el lugar de Dios. Para una parte notable de la cultura occidental, la sumisión a Dios entraña una alienación intolerable. Por ello, esta cultura, ensimismada y cerrada a la trascendencia, en buena medida se niega a la adoración y reconocimiento de la soberanía de Dios.
4. Pero un mundo que no se funda en Dios, antes o después se torna peligroso para el hombre mismo, porque pierde el cimiento último de la dignidad y de los derechos fundamentales. Lo estamos viendo cada día y así lo reconocía el Papa Benedicto XVI en mayo de 2007 en la apertura de la Conferencia del CELAM en Aparecida (Brasil) al decir que el cristiano “sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”. En el documento final de esta Conferencia, en el que tanto tuvo que ver el cardenal Bergoglio, se nos dice que “Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida, la dignidad humana, la felicidad, la justicia y la belleza”.
5. Pero si la misión tiene pleno sentido en el primer mundo, necesitado de una Nueva Evangelización, lo tiene mucho más en los países donde el Evangelio no ha sido suficientemente anunciado y donde millones y millones de hombres y mujeres no conocen la salvación de Jesucristo, porque no han sido iluminados con la luz del Evangelio. En esta hora es muy de valorar el compromiso de los miles y miles de voluntarios que de forma creciente se afanan por mejorar las condiciones materiales del llamado Tercer Mundo, que si necesita salir de su postración material, mucho más necesita de la salvación trascendente, del Evangelio del amor, en último término de Jesucristo. La Beata Teresa de Calcuta solía repetir que la «la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Jesucristo».
6. Queridos hermanos y hermanas: en las vísperas del DOMUND, yo os aliento a renovar el compromiso de anunciar el Evangelio, que es fermento de libertad y de progreso, de justica, de fraternidad, de unidad y de paz (AG 8). La evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia (EN 14), tarea y misión que hoy es más necesaria que nunca, porque está en juego la salvación eterna de las personas. En virtud de nuestro bautismo y del sacramento de la confirmación que un día recibimos, todos estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, a anunciar a Jesucristo, luz de las gentes, hasta los confines de la tierra. Por ello, la misión ad gentes debe constituir una prioridad en los Planes Pastorales de nuestras Iglesias, en concreto del Plan Pastoral que estamos elaborando en nuestra Archidiócesis, de modo que todas nuestras instituciones, actividades y programas lleven el marchamo misionero, incluyendo a todos los movimientos eclesiales, incluso las hermandades, que deben sentirse interpeladas por el mandato del Señor de predicar el Evangelio, de modo que Cristo sea anunciado en todas partes.
7. Como los setenta y dos discípulos, mediada la vida pública de Jesús, como los Apóstoles en Pentecostés, que reciben de Jesús el encargo de ir al mundo entero a anunciar el Evangelio, también nosotros somos destinatarios del mandato de Jesús. Como a los discípulos, Jesús nos transmite su misión y nos hace heraldos de su Buena Noticia. Nos encomienda enseñar lo que nosotros hemos aprendido, divulgar lo que a nosotros nos ha acontecido, que Él nos ha devuelto la luz, la vida y la esperanza.
8. En el mensaje que el Papa nos ha dirigido para el DOMUND de este año, el Santo Padre se dirige en especialmente a los jóvenes, capaces de dar testimonios valientes y de realizar hazañas generosas. Les pide que no dejen que les roben el sueño del seguimiento de Jesús en la vida consagrada masculina o femenina, abiertos a la donación total de sí mismos en la misión ad gentes, siendo misioneros de la misericordia y servidores de la alegría del Evangelio, teniendo en cuenta que los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico deben ser los pobres, los pequeños, los enfermos, los despreciados y olvidados, pues como nos dijera el mismo Santo Padre en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, 48, «existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres».
9. Siguiendo al Concilio Vaticano II (Ad gentes, 41), invita también el Papa a los laicos a implicarse en la vanguardia de la misión aunque sea por un tiempo limitado. Como a san Pablo, a todos nos urge la solicitud misionera y la pasión por el anuncio del Evangelio hasta exclamar con el apóstol: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Cor 9,16).
10. Queridos hermanos y hermanas: En esta tarde recordamos a los dos centenares de misioneros y misioneras diocesanos, que anuncian a Jesucristo en países de misión. Pedimos al Señor en esta Eucaristía que a ellos y a todos los misioneros les sostenga con su gracia y dé fecundidad a sus trabajos apostólicos. Le pedimos también que surjan muchas vocaciones misioneras entre los sacerdotes seculares y seminaristas y también entre los laicos y consagrados. Le pedimos, por fin, que a todos nos conceda la pasión por la misión ad gentes, la pasión por anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Así sea.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla