XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”.
Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”.
Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.
Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”.
Contestaron: “Lo somos”.
Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Comentario bíblico de Álvaro Pereira
Jesús anuncia por tercera vez que va a sufrir pasión y muerte (Mc 10,32-34). Como en los dos anuncios anteriores, el evangelista Marcos sitúa a continuación un pasaje en el que el Maestro instruye a sus discípulos sobre la necesidad de la entrega, de la humildad y del servicio. Él quiere inculcarles el sentido de su muerte. En este caso, la escena comienza con la petición de Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo. Jesús contesta a sus discípulos de la misma manera que al ciego de Jericó: «¿qué queréis/quieres que haga por ti?» (10,36.51). El ciego acierta con la petición («Rabbuni, que vea»), los discípulos yerran («concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda»). Ellos piden poder, Jesús les invita al servicio.
El Maestro les habla de beber la copa del dolor y de aceptar el bautismo de la muerte. Así orará Jesús en Getsemaní: «Abbá, Padre… aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieres» (14,36). Y luego les invita, junto con los otros diez discípulos, a adoptar la actitud opuesta de los jefes de las naciones. El que quiera ser el primero debe ser el servidor y el esclavo de todos, como también el Hijo del Hombre, o sea, Jesús mismo, no ha venido para ser servido, sino para servir y «dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45). Esta última expresión alude al cuarto canto del Siervo de Yahvé en Isaías 53,10-11, palabras que la Iglesia lee este domingo como primera lectura. Con ellas, Jesús es presentado como el siervo justo e inocente que carga sobre sí las culpas del pueblo para expiarlas y redimirlas.
La segunda lectura conecta bien con los textos precedentes: Jesús es el Sumo Sacerdote que, compadecido de nuestras flaquezas, nos alcanza la misericordia divina gracias a que ha sido probado como nosotros en todo (sufrimiento y muerte), pero sin sucumbir al poder de pecado. ¡Qué admirable intercambio! Jesús, el Hijo de Dios, sufre por nosotros las consecuencias del pecado, para que nosotros alcancemos inmerecidamente la salvación.