I Domingo de Adviento
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
“Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.”
Comentario de Pablo Díez
Jer 33,14-16; Sal 24; 1Tes 3,12–4,2; Lc 21,25-28.34-36
Lucas, después de haberlos mantenido a lo largo del evangelio en el ámbito histórico, introduce ahora a sus lectores en el tiempo apocalíptico. Esta transición viene marcada por una fuerte conmoción del cosmos (Lc 21,25) que la literatura apocalíptica concebía como una especie de anticreación, de ahí que la reacción de la gente se describa como pavor. Pero la catástrofe no se eterniza, llegado el momento (“entonces”) debe hacer sitio a la llegada del Hijo del Hombre (Lc 21,27), ante la cual Jesús invita a la comunidad cristiana, heredera de las promesas divinas, a estar atenta (incorporarse, alzar la cabeza), preparada para gozar de la liberación que les llega. Por tanto, durante la espera del fin es preciso vivir en actitud vigilante y con dignidad moral, “amor mutuo” (1Tes 3,12). La exhortación no es sólo a mantener una conducta digna de Dios, sino a conformar el estilo de vida de cada uno a una historia de la salvación que va a llegar a su final: “santos e irreprensibles” (1Tes 3,13).