II Domingo del tiempo ordinario
Evangelio según san Juan 2, 1‑11
En aquel tiempo,1 había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo 10 y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Comentario bíblico por Antonio J. Guerra
Is 62,1-5; Sal 95; 1Cor 12,4-11; Jn 2,1-11
Las lecturas de hoy ponen de relieve el proyecto de alianza que, por amor, Dios quiere sellar con su pueblo. Isaías nos habla del proyecto divino que choca con el comportamiento negativo del pueblo y que, sin embargo, Dios no renuncia a llevarlo a cabo anunciando por medio del profeta su plena realización con la celebración de las bodas entre Dios (esposo) y Jerusalén (esposa). La metáfora del matrimonio es utilizada por varios profetas para ilustrar la relación íntima entre Dios y su pueblo Israel.
Isaías nos ayuda a interpretar el episodio de Caná como un milagro significativo para el proyecto de alianza querido por Dios. El verdadero esposo será Jesús, como así lo llamará Juan el Bautista un poco más adelante (cf. Jn 3,29). Con el célebre episodio de las bodas de Caná comienza la primera parte del cuarto evangelio conocida como el “libro de los signos” (Jn 2-12) porque en ella están recogidos los siete “signos”, o hechos prodigiosos, realizados por Jesús. El mismo evangelista precisa el objetivo de dichos signos: “han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,31). El hecho de que Jesús ofrezca el vino en esta fiesta de bodas es un signo de todo esto. Él se revela como aquel que ha venido a traer fiesta, gozo y vida. El gozo no lo puede dar el vino, sino que proviene sólo de Jesús.
La intervención de María provoca una respuesta brusca de Jesús y evoca una idea propia del evangelista: la “hora” de Jesús todavía no ha llegado, pero Jesús la anticipa con un gesto. En Caná el vino se convierte en símbolo de Cristo tanto por su origen (misterioso) como por su llegada (excepcional).