José Robles: «Una vocación surgida de la periferia»

José Robles: «Una vocación surgida de la periferia»

Con 56 años de ministerio sacerdotal, los 44 últimos al frente de la Iglesia de San Esteban, José Robles Gómez (El Puerto de Santa María, 1934) es uno de esos sacerdotes fácilmente asociables a una feligresía, a un sector pastoral y a un proyecto social concreto. Delegado diocesano de Pastoral Social y alma mater de la Fundación Cardenal Spínola de lucha contra el paro, el carácter afable y servicial precede a este sacerdote procedente de lo que hoy conocemos como ‘las periferias’. Creció en un contexto social sensible a las desigualdades del mundo laboral, y quizás ahí comenzó a orientar la utopía a la que se sigue refiriendo, una conciencia social apoyada en la Eucaristía, el Evangelio y el ejemplo de otros hombres y mujeres de Iglesia.

¿Cómo resumiría su trayectoria sacerdotal?

El primer cargo que me asignaron fue en La Pañoleta, en 1959, y estaba relacionado con la pastoral obrera. Más tarde me vinculé con la pastoral social en general, y este ha sido el hilo conductor de mi ministerio. La otra faceta, la parroquial, la he realizado de forma tangencial. La pastoral social ha sido más continuada y gratificante.

En tantos años de ministerio no habrán faltado alegrías y sinsabores.

El hecho de haber estado en el movimiento obrero buscando una orientación cristiana para ese devenir tan importante ha sido para mí un motivo de satisfacción permanente. No tengo boca para darle gracias a Dios. Y las limitaciones que tengo, que son bastantes, algunas de tipo natural otras coyuntural, son para mí sinsabores. Descubrimos el horizonte, la utopía, y después nos quedamos en la mitad del camino.

Hermanos suyos en el sacerdocio suelen destacar la fraternidad sacerdotal como algo que conviene fomentar.

Hay algo congénito al sacerdote: somos un gran número de personas las que hemos abrazado el sacerdocio, y eso es muy importante para la sociedad y para los propios sacerdotes. Recuerdo a un compañero que abandonó el ministerio y lo achacaba a que había vivido demasiado de espaldas a los demás compañeros. Convivir con ellos, participar de sus propias tareas de alguna forma, nos contagia y nos va dando ánimo cada día.

Háblenos de su llamada.

(Piensa) Envuelto en la nebulosa de la memoria recuerdo que había asistido a misa aquél día y el sacerdote se me acercó y me hizo la propuesta de si quería ser sacerdote. Yo vengo de una familia trabajadora. Casi por definición, si no descreída, sí indiferente a la religión, en un mundo que hoy llamaríamos la periferia. Éramos unos cuantos en el Puerto de Santa María y el Señor se fijó en nosotros. Cinco llegamos a sacerdotes. Fue algo sorpresivo, un ambiente poco propicio para una vocación por ser indiferente o ajeno a ella.

¿Se han cumplido aquellos sueños que le acompañaron en su ordenación?

En absoluto. La utopía y la realización.  Las personas somos limitadas, y en líneas generales soñamos generosamente más de lo que podemos hacer. Esta es una empresa bastante peculiar puesto que el rendimiento no depende de uno sino de Dios. Estamos sembrando y no lo sabemos, y el fruto aparecerá dentro de equis años. De manera que satisfecho no puedo estar.

¿Cómo es su comunidad eclesial, cómo se siente con ellos?

Convivo con ellos de forma gratificante porque saben expresar muy bien el cariño al sacerdote con su benevolencia. Yo me encuentro cómodo. Es una comunidad que cumple con sus deberes religiosos, es decir, empalma con lo que es la tradición en todos los sentidos, desde la fe y los sacramentos, con cosas tan nuestras como son las cofradías. Le hablo de una iglesia que tiene dos cofradías, una de penitencia y otra de gloria.

¿Qué le ha motivado a profundizar en otros campos pastorales?

En primer lugar la obediencia. He sido delegado de Pastoral Seglar, confesor de monjas y llevo la Delegación de Pastoral Social, que enlaza con cargos que he tenido en esa misma área. En este campo social he visto reflejado una forma de vivir la caridad, amar al prójimo en concreto. De los trabajadores para abajo hay unos niveles sociales muy abandonados en todos los sentidos, y afortunadamente algunos han podido zafarse de esa  situación. Cooperar con ellos en su desarrollo y promoción creo que es un inmenso acto de caridad, que está fundamentado en todos los Papas. Francisco dice que los pobres son ‘el camino de la Iglesia’.

Lleva años dedicado a la búsqueda de soluciones para las familias en paro ¿En qué situación nos encontramos?

En 1983, los responsables de la Delegación de Pastoral Social nos propusimos varias experiencias que no salieron hasta que cuajó lo que hoy conocemos como Fundación Cardenal Spínola de lucha contra el paro. Eso fue posible gracias a un equipo importante de gente con gran capacitación profesional, que ha hecho una labor bastante meritoria, porque no se trata solamente de dar limosnas sino promocionar en la sociedad con el trabajo a esas personas que el paro  ha desplazado a la marginación. Si el Estado no es capaz de dar trabajo ¿cómo lo vamos a hacer nosotros?, pensábamos. Sin embargo, nuestro equipo es capaz de situar a la gente ante el problema del paro y ayudar a resolverlo, bien con créditos para su autoempleo o bien con orientaciones para que sepan buscar trabajo, y siempre queriéndolos.

Pocos cometidos más actuales…

Y estamos ilusionados con conseguir mucho más. No podemos olvidar que la diócesis de Sevilla está compuesta por 1.800.000 personas bautizadas. Es verdad que a todos no nos alcanza ese nivel de compromiso y solidaridad, pero podemos aumentar todavía más. Dentro de esto se ha creado con Cáritas una pequeña aventura que se llama Rueda Solidaria. Se están creando puestos de trabajo para mujeres de nivel social bajo gracias a los donativos fijos. Probablemente, sin esta oportunidad ellas no habrían sabido qué es un trabajo con todas sus garantías sociales. Y esto nos estimula a seguir luchando. Hay personas que pueden quedarse marginadas para siempre, y no hay derecho. Si tuviéramos una dotación económica mejor se podría hacer más, por ejemplo incorporando a profesionales que nos puedan asesorar.

¿Qué es lo que le anima cada día para no rendirse?

Los sacerdotes tenemos una fuente inextinguible de impulso vocacional: el sacrificio de la misa, que no es más que el martirio de Jesús en el Calvario que, hecho día a día, nos lleva cada vez más a la cercanía de las almas, al ministerio. Sí, lo fundamental es la Eucaristía. Aparte, también me ayuda ir a la sierra y hacer senderismo.

También se siente especialmente vinculado a los diáconos de la Archidiócesis.

Llevo 44 años en la Iglesia de San Esteban, el primer diácono, y la referencia a este santo me animó a una doble intencionalidad. En primer lugar invitar a la comunidad diaconal de Sevilla a que participara en la fiesta de San Esteban, el 26 de diciembre, con una misa mozárabe y darle ese sentido de protagonismo. En segundo lugar, que ellos vean que hay una comunidad, la de San Esteban, que se preocupa por ellos.

¿Algún consejo que le dieron de joven y ha seguido fielmente?

Había un excelente sacerdote, mi primer párroco en La Pañoleta, que practicaba y proclamaba que el mejor amigo que tenía que tener un sacerdote era «el de junto». Los domingos por la tarde cogíamos la moto y un bocadillo y nos íbamos a visitar parroquias circundantes. Hablábamos, y era un desahogo para aquella persona encerrada en una aldea. Otro sacerdote me hablaba de la tenacidad en el ministerio, de nunca desanimarse, como el que toca un instrumento y nunca deja de practicar.

¿Y cuál sería su consejo para los nuevos sacerdotes?

Que cada día renueven su entusiasmo.

 


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