V Domingo de Cuaresma
En aquel tiempo Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó: «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Comentario bíblico de Antonio J. Guerra
Is 43,16-21; Sal 125; Flp 3,8-14; Jn 8,1-11
“Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”. La lectura de Isaías forma parte de un oráculo de salvación que empieza evocando la historia de la salvación que Dios comenzó con la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. El oráculo acaba con una mirada orientada hacia el futuro de Israel: El Señor va a realizar con ellos un nuevo éxodo, más maravilloso que el anterior. El salmo 125 sigue ahondando en la esperanza de la intervención futura de Dios, hecho que provoca la alegría del corazón.
A una semana de rememorar la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, el evangelio apunta a la novedad que Dios trae a su pueblo: viene el Hijo de Dios en persona para salvar al mundo, no para condenarlo. Sin contradecir la Ley mosaica de la lapidación, Jesús es capaz de liberar a una mujer pecadora apelando a la conciencia de sus acusadores: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Al final, el único que podía ejecutar el castigo, porque no tenía pecado, no lo hace. Jesús ha liberado a la mujer del castigo merecido, y además le señala el camino justo que debe tomar “en adelante no peques más”. Dios se preocupa realmente del bien integral del hombre: al acusador lo libra de erigirse en juez implacable y al pecador le da la oportunidad real de cambiar. San Pablo nos ofrece el testimonio de alguien “tocado” por la novedad de Dios en Cristo. Libre, pero prisionero del amor de Cristo, se presenta como un atleta recorriendo la carrera hacia la vida eterna, ganando día a día en intimidad con el autor de la salvación: Cristo Jesús.