Carta pastoral ‘Contemplativos en la acción’
La escena que nos narra el Evangelio de este domingo tiene lugar en Betania, una pequeña aldea situada a 3 kms. de Jerusalén, en la casa de Marta, María y Lázaro. Estos tres hermanos eran seguramente solteros y gozaban de una buena posición económica. No es aventurado pensar que viviendo habitualmente en Jerusalén, la casa de Betania fuera su lugar de descanso.
Durante la última etapa de su vida, que tiene como centro Jerusalén, el Señor debía acudir con frecuencia a descansar a la casa de estos amigos de Betania, donde era siempre bien recibido, después de agotadoras jornadas de predicación.
Betania es hoy para los cristianos símbolo de hospitalidad, de acogida al hermano que llega cansado y roto, triste y hundido por el sufrimiento, la soledad, la enfermedad o la pobreza. Betania es símbolo de apertura y servicio. En un mundo como el nuestro, marcado por el individualismo insolidario, el ejemplo de los hermanos de Betania, que acogen al Señor, nos alecciona para que crezcamos cada día en las virtudes de la hospitalidad, el servicio generoso a nuestros hermanos, con los que Jesús se identifica.
Betania es, además, símbolo del equilibrio entre acción y contemplación. En el Evangelio de hoy, mientras María, sentada a los pies del Señor, escucha su palabra, Marta se afana limpiando la casa y preparando la comida para obsequiar dignamente a su huésped. En un momento determinado, Marta, la hermana mayor, que seguramente tenía un temperamento fuerte y dominante, se dirige a Jesús para censurar la actitud de su hermana: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano». La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa por tantas cosas: solo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte y no se la quitarán».
Estas palabras de Jesús, junto con aquellas otras dirigidas al joven rico: «Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y sígueme», son la base de la vida contemplativa que a partir del siglo IV comienza a surgir con fuerza en la Iglesia. A imitación de María, que sentada a los pies de Jesús contemplaba, escuchaba y amaba, miles de hombres y de mujeres hoy como ayer se retiran a la soledad del claustro para escuchar la palabra de Dios y vivir junto al Señor en la alabanza y la plegaria, en ese ocio nada ocioso del que habla san Bernardo cuando comenta este pasaje de san Lucas. Ellos han elegido, como nos dice el Señor en el Evangelio de hoy, la mejor parte, se han entregado a lo esencial, a lo único necesario.
Jesús, pues, señala la prioridad de la contemplación, que es esencial en la vida de la Iglesia, que es un don, una vocación, un carisma. Pero Jesús no condena la acción, la entrega de los misioneros, el trabajo apostólico del sacerdote o del cristiano seglar, la actividad benéfica o asistencial de los religiosos y religiosas que sirven a los ancianos y a los enfermos y la actividad de los padres y madres de familia en su trabajo profesional y en la educación de sus hijos.
Lo que en realidad censura Jesús en su diálogo con Marta no es la actividad, sino el activismo. Jesús no critica a Marta porque trabaja, sino porque hace muchas cosas «inquieta y nerviosa», invirtiendo la escala de valores y olvidándose del Señor. Eso es precisamente el activismo, la fiebre por hacer cosas por los demás, por cumplir proyectos y sacar a flote empresas apostólicas sin la unión con Dios, que es la verdadera fuente de la savia, que con su gracia hace fecundos nuestros quehaceres.
El Señor nos invita hoy a realizar en nuestra vida una síntesis armoniosa entre acción y contemplación, el trabajo de Marta y la contemplación de María, el «ora et labora» de san Benito, es decir, la unión de la oración y el trabajo. San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, no quería que sus religiosos vivieran encerrados dentro de los muros del convento, como los monjes. Quería que fueran luz y sal en la calle, pero al mismo tiempo fuertemente unidos al Señor, o como él mismo dice: «contemplativos en la acción». Este debe ser también el ideal para todos y cada uno de nosotros, sacerdotes y laicos que estamos en medio del mundo para anunciar a todos los hombres, como nos dice san Pablo, que Jesús es la única esperanza para el mundo, que estamos en medio del mundo para servir a nuestros hermanos, para construir un mundo de acuerdo con los planes originarios de Dios, es decir, más justo y más fraterno. No lo lograremos, sin embargo, si no estamos fuertemente anclados en el Señor, unidos a Él a través de la oración, el silencio y de la escucha dócil de su palabra.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla