MARGIN CALL
Los aficionados al cine identificarán el título de este post con el de una película estrenada en 2011. Cuando un analista principiante de un poderoso banco de inversión (¿Lehman Brothers?) descubre una serie de datos que anuncian la bancarrota inminente del banco, se desencadenan una catarata de decisiones, tanto éticas como financieras, que producen un terremoto en la vida de los implicados en la crisis.
Cada uno de los integrantes del reducido grupo que ha de gestionar la situación de forma urgente, presenta unos valores y unas expectativas personales y profesionales diferentes, que proyecta en sus decisiones. Hay quien ve en la crisis la ocasión de trepar; quien pone sus principios por delante; quien ve lastrada su capacidad de decisión por su penosa situación familiar, y quien, fríamente, sólo piensa cómo sacar provecho de cualquier situación, incluso de una tan tremenda como la que están viviendo, propiciada además por ellos mismos con decisiones anteriores sesgadas.
Son dos formas de entender la economía, y también la vida: por una parte la economía real, la que tiene por objeto crear valor, crear riqueza, poniendo en el centro de la actividad económica a la persona humana.
Por otra hay quien concibe la economía como crear dinero mediante movimientos financieros, pero no valor real. La conocida “financiarización de la economía” denunciada por San Juan Pablo II y más recientemente por el Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (n. 55).
Y esto ¿qué tiene que ver con las hermandades? En las hermandades, como en la economía, de lo que se trata es de crear riqueza, riqueza espiritual, que se manifiesta en la mejora personal de los hermanos y hermanas, en procurar que se vayan haciendo mejores, dejándose conformar por Dios como personas, siendo fieles a las gracias alcanzadas a través de la participación en el culto público -la liturgia- y en la comunión de los santos.
La otra economía, la que se limita a generar dinero, sin atender a la creación de valor, es la que se vive en las hermandades cuando éstas se cierran a la trascendencia y los hermanos viven en un mundo ficticio, no real, aislado del mundo real, impregnado de inciensos, estrenos y bandas, coreografías costaleras y fichajes de capataces.
Lo de Margin Call es la imagen de lo que puede ocurrir en una Junta de Gobierno cuando hay que gestionar cualquier acontecimiento que se sale de lo habitual, sea éste positivo o negativo: desde unas elecciones, a situaciones personales sobrevenidas, desencuentros con la Jerarquía, o acontecimientos internos con repercusión pública a los que hay que dar una respuesta. En estos casos la falta de costumbre en tomar decisiones apoyadas en criterios éticos, no simplemente estéticos, lleva a veces a una gestión poco afortunada de las crisis.
Las crisis no siempre tienen que ser situaciones negativas, son momentos importantes, a veces decisivos, que nos obligan a pensar, a generar análisis y reflexión previos a la toma de decisiones. Pero para analizar es preciso tener herramientas adecuadas. Aquí es decisivo el modelo de pensamiento que cada uno aporta, su formación. Si la Junta de Gobierno, liderada por el Hermano Mayor, pone el foco en la Hermandad, la crisis puede tener un final sereno; pero si es el momento que aprovecha cada uno para saldar viejas cuentas pendientes, posicionarse para el futuro inmediato, o adquirir un efímero protagonismo, las expectativas son malas.
El final de Margin Call es poco alentador. El de las Hermandades no puede ser así. En las crisis es donde las personas que integran una Junta de Gobierno han de dar la talla. Eso supone altura de miras y Caridad.
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