EL DIRECTOR ESPIRITUAL EN LAS HERMANDADES (I)
Ahí están: Bud Spencer y Terence Hill, protagonistas de películas siempre repetidas, siempre entretenidas y siempre entrañables. El esquema se repite una y otra vez: uno de ellos (normalmente Terence Hill), se empeña en hacerse amigo del otro (Bud Spencer) para emprender una aventura en común. El otro se resiste, a veces con malos modos; pero al final se unen y triunfan en su proyecto.
A lo mejor hay quien piensa que comprar las aventuras de estos dos personajes con el Hermano Mayor y el Director Espiritual de una Hermandad puede resultar excesivo. Bueno, si es así pido disculpas de antemano. Hay quien piensa que el tema de las relaciones entre la Hermandad y su Director Espiritual, normalmente el párroco, es lo suficientemente delicado como para no moverlo demasiado: ´mejor no entrar en él´, dicen. Opino todo lo contrario, es un asunto lo suficientemente importante y sugestivo para tratarlo a fondo. Las Hermandades son Iglesia y deben profundizar en el sentido de pertenencia y corresponsabilidad con la Parroquia, la Archidiócesis y la Iglesia universal.
Aquí no valen las posturas preconcebidas. Las relaciones de la Hermandad con su Director Espiritual han de ser unas relaciones estrechas de complementariedad y armonía, no de lucha de poderes. Desde el Concilio Vaticano II el papel de los laicos y de los sacerdotes en la Iglesia, también en las Hermandades, está perfectamente definido. Por eso creo que conviene empezar precisando cual es el papel que han de jugar en la Iglesia por los fieles laicos y los fieles que han recibido el sacramento del Orden: los sacerdotes. Eso nos puede ayudar a comprender y mejorar, si fuera necesario, las relaciones entre las Hermandades y sus directores espirituales.
Sacerdocio Común y Sacerdocio Ministerial.
Todos los fieles, todos los bautizados, participamos del sacerdocio de Jesucristo. Ese sacerdocio implica mediación, la mediación sacerdotal de Cristo, tanto descendente (ser instrumentos para santificar, enseñar y guiar a otros), como ascendente (dar culto a Dios). A ese sacerdocio común los clérigos, al recibir el sacramento del Orden, suman el sacerdocio ministerial que les confiere la capacidad de llevar a cabo unas acciones que son exclusivas de la Cabeza, esas acciones son: la predicación de la palabra de Dios en nombre de la Iglesia, la celebración de los sacramentos y el cuidado de la comunidad cristiana.
La distinción entre sacerdocio común de todos los fieles y sacerdocio ministerial, que se suma al común, es una distinción esencial, no de grado. El clérigo no está en un nivel jerárquico por encima del laico. El sacerdocio ministerial no es la cumbre del sacerdocio común, ni lo absorbe, se suma -como decimos- al sacerdocio común de todos los fieles.
La función santificadora del laico requiere de la función santificadora del sacerdote, que administra el sacramento de la penitencia, celebra la Eucaristía y proclama la Palabra de Dios en nombre de la Iglesia. Es una situación de requerimiento mutuo, la labor de laicos y clérigos se complementa y se hace mutuamente más eficaz. A partir de aquí creo que es importante el respeto al ámbito de cada uno: que los fieles laicos no atropellen a los fieles clérigos y que no haya clérigos que se quieran entrometer en las actuaciones propias de los laicos.
Lo que llevamos dicho no supone en modo alguno la minusvaloración de la acción de los presbíteros, todo lo contrario: sin el sacerdote no habría plenitud de vida cristiana. Reciben un carácter indeleble en el alma, la posibilidad de actuar in Persona Christi, haciendo las veces de Cristo, a quien presta sus manos y su voz, su voluntad: todo. En la consagración es Cristo mismo quien dice “este es mi Cuerpo esta es mi Sangre”. Ahí radica la dignidad del sacerdote, la dignidad de una grandeza prestada, de algo inmenso que recibe aún sin llegar a pertenecerle.
Una vez planteada la distinción entre el sacerdocio común de todos los fieles y el sacerdocio ministerial que se les confiere a algunos de estos fieles –los sacerdotes- y el ámbito de actuación de cada uno podemos pasar a examinar las relaciones entre la Hermandad y su director espiritual.
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