I Domingo de Adviento
Estad en vela para estar preparados
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
Mateo 24, 37‑44
Comentario bíblico de Pablo Díez
Is 2,1-5; Sal 121, 1-2. 3-4a. 4b-5. 6-7. 8-9; Rom 13,11-14; Mt 24,37-44
Para Mateo, la segunda venida del Señor presenta dos aspectos estrechamente relacionados que se perciben simultáneamente: su proximidad y el desconocimiento del momento exacto. Ambas realidades vitalizan la espera de forma complementaria. Ser consciente de la cercanía evita que la ignorancia momento exacto conduzca a una espera de lejanía, que no determine el modo de vivir, al tiempo que el desconocimiento del momento preciso preserva a los miembros de la comunidad de la pretensión de conocer los planes de Dios.
Esta doble dimensión aparece bien expresada en la metáfora paulina de la alborada, la transición entre la noche y el día (Rom 13,12), una realidad inminente pero que aún no se ha hecho presente. Su concreción desvelará quién tuvo la actitud de vigilia correcta, de manera que personas que aparentemente han vivido en proximidad y realizando las mismas tareas (Mt 24,) tendrán destinos diferentes. Quien es incapaz de velar queda atrapado en las actividades tenebrosas sin posibilidad de ver despuntar el día. Quien vela pertrechándose con “las armas de la luz”, esto es, la oración (Mc 14,38), la responsabilidad ante los semejantes (Mt 24,45-51), la obediencia activa desde los talentos recibidos (Mt 25,13-23), y el amor a los hermanos más humildes (Mt 25,31-40), entabla una relación con el Cristo viviente que le permitirá ser iluminado por Él en el gran día de su venida.