Navidades Populistas
Conste que no rompo lanza alguna a favor de ninguna corriente, ni ideológica ni estética. Esto lo digo porque abundan noticias estos días sobre todo tipo de acontecimientos en torno a la Navidad, estas fechas por fin entrañables que todos, de una forma u otra añoramos e incluso diría que necesitamos. Todo sea porque es el momento, al menos uno en el año, en que sea por inercia, por costumbre, por convicción o por obligación, nos vemos abocados a una reunión familiar alrededor de Dios y el Amor que Él quiere para nosotros. La Navidad, por encima de todas las cosas, es el momento en que celebramos precisamente eso: el Nacimiento del Salvador y su acogida en una Familia Universal. Sobre todo esto último, ahora que a los cristianos se nos pone en duda en todos los foros, se nos denuesta e incluso se promueve una ética ajena a toda clase de trascendencia espiritual, resulta que la Familia, concepto universal, es concelebrada con el mejor modelo de familia que puede existir, por encima de las deconstrucciones o reformulaciones advenedizas con que estamos siendo bombardeados últimamente en aras de una aplicación a ultranza de ideologías de género contrarias al mismo Derecho Natural.
Pero bueno, fuere como fuese, lo cierto es que en Navidad celebramos eso, reitero, el Nacimiento de un Salvador y su acogida en una Familia Universal. Lo reitero porque cada vez creo más urgente y necesario que lo tengamos presente y constante en estos días. En los medios se nos bombardea de tal manera con un mensaje adverso y contrario a unos principios fundamentales, que más valdría tener la tele apagada, no leer ni un periódico y casi no salir a la calle, para poder tener presente a ese Niño Dios que esperamos ver nacer en los albores del día 25. Para mí personalmente ese nacimiento es una presencia real, presencia que entiendo sin embargo que para los no creyentes resulte de difícil comprensión, pero presencia que luego vivo y se extiende durante todo el resto del año a través de la misma Eucaristía. Si no es así, de nada sirve que el Niño Dios nos venga entre luces y espumillón.
Los medios nos aturden de tal manera estos días con unas falsas navidades. Cuando no se trata de comprar cualquier tipo de regalo innecesario, se trata de comer hasta la saciedad, de hacer celebraciones absurdas llenas de tremendas supersticiones o de llenar de luces nuestras calles con adornos que parecen puros espectros amorfos salidos del laboratorio del Profesor Bacterio. Mientras, no se ve ni un sólo símbolo cristianos por aquello de respetar la diversidad o no ofender a los que no creen: que digo yo que para qué (puñetas) llenamos las calles de símbolos sin significado alguno en una fiesta que sólo celebramos y podemos celebrar algo realmente cristiano… Iluminaciones deformes, lucecitas hasta la saciedad de dibujos incomprensibles, estrellitas y hojaldres de nubarrones morados, columnatas de bombillas con estiramiento balístico, espumillones inmensos con nieves del Kilimanjaro, capirotes gigantes llenos de luminarias catetas, arboricidios con bufanditas leds, papanoeles y reyesmagos salidos de la Galaxia Star-Wars, y montañas y montañas de regalos inútiles que no caben en los minipisos de familias monoparentales modernas…
Y todo lo demás carece de sentido. Me cuesta mucho trabajo entender a las personas que celebran algo puramente estético, sin trasfondo espiritual alguno. Pero aún más me cuesta entender a esos cristianos que celebran cosas que nada tienen que ver con la verdadera Navidad del Señor. Nos hartamos de llenar todo con adornos carentes de sentido cristiano, y hasta aprovechamos para criticar las «navidades populistas» de algunos ayuntamientos o municipios, pero se nos olvida o no paramos miente alguna a toda la estética absurda, vacía, consumista y gravemente contaminante en que se ha convertido la Navidad en nuestras calles, medios de comunicación e incluso en nuestras casas.
Les invito pues a acoger estos días una verdadera Navidad. Entiendo que para algunos sea complicado, pero se trata de hacerse sólo una pregunta que tiene una respuesta sencilla: ¿qué estoy celebrando? O mejor, ¿a qué abro mi corazón en estos días? La respuesta no está en las luces de la calle ni en las «navidades populistas» de la mayoría. La respuesta está en los albores del día 25 y viene en un pesebre, sencillo, austero: es la Luz en sí mismo.
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