Cristo en la calle: Testimonios y relatos de fe y entrega a los demás
“Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada” (Lc 2, 7)
Para conocer los pormenores que rodearon el nacimiento de Jesús de Nazaret tenemos que acudir a los relatos de los evangelistas Lucas y Mateo. En ambos casos se da cuenta de un acontecimiento que ocurrió en la más completa soledad, de la que solo fueron partícipes “unos pastores que pasaban la noche al aire libre”, gente sencilla y abierta al gran misterio de la historia. Como en aquella Judea, la Sevilla de hoy no es ajena a los episodios de abandono y desamparo que sufren personas que tampoco encuentran posada.
Se agrupan en un genérico grupal, ‘personas sin hogar’, que resume la situación actual de quienes no atisban en sus vidas más horizonte que el lugar, habitualmente al raso, donde pasarán la noche. Y al igual que aquellos pastores, un buen número de sevillanos saca hoy tiempo de sus ocupaciones, la familia o el ocio para acompañar a estas personas en un trance que no deriva necesariamente en el mismo destino fatal. Porque hay salida. Lo saben los voluntarios de los proyectos parroquiales Levántate y anda, Emaús o Lázaro, también los jóvenes de Pastoral Universitaria o los profesionales y voluntarios del Centro Amigo. Noemí García es la directora de este servicio de Cáritas Diocesana ubicado en el barrio de Triana, en el que se acoge a 21 personas, a las que hay que añadir las 18 del centro de día o las cinco que viven en un piso tutelado. “Claro que hay salida, es una labor muy sacrificada pero damos fe de que hay personas que consiguen reconducir sus vidas”, apunta Noemí, para quien el concepto reinserción es muy amplio, “tanto como las circunstancias tan diversas, las decisiones equivocadas que han llevado a las personas a esta situación”.
“Es fácil quemarte si no ves la cara de Dios”
Para esto no sirve cualquiera, pero Cáritas tiene la fortuna de contar con un número importante de personas, profesionales y voluntarios, que podríamos agrupar entre lo mejor de una sociedad que, gracias a ellos, no da la espalda a los desterrados de nuestro tiempo. A la hora de trazar un perfil que explique lo que lleva a estas personas a colaborar con estos proyectos, la directora del Centro Amigo lo tiene claro: “ven la cara de Cristo en estas personas”. De lo contrario no se comprende. Respuestas no siempre agradecidas, sinsabores y decepciones, historias que hablan de personas rotas, que han tirado definitivamente la toalla… “Este trabajo requiere mucho de ti, y es fácil quemarte si no ves la cara de Dios en las personas a las que atiendes”, añade.
Este componente de fe, del que canaliza su compromiso cristiano con una aportación social a veces tan radical, explica la entrega a esta causa de jóvenes y mayores, hombres y mujeres, estudiantes y jubilados, amas de casa y profesionales de diversas áreas. Son gente sencilla, porque nada esperan y todo lo entregan. Personas unidas por una misma fe, por la creencia de que Dios está en todos y cada uno de esos rostros que dejan de ser anónimos en el mismo instante en que cruzan sus miradas.
Los argumentos de Noemí se repiten en muchos de los 2.744 voluntarios y 77 técnicos que hacen presente a la Iglesia en las parroquias, proyectos y servicios de Cáritas Diocesana. “Siento que es un privilegio trabajar en Cáritas”, “doy gracias a Dios porque mi trabajo está enfocado a servir a los más necesitados, desde lo que Dios me pide y en lo que Él necesita de mi”, “noto que he estado muy cuidado y conducido a trabajar aquí”, “doy gracias a Dios cada vez que entro en Cáritas cada mañana”… Podríamos llenar páginas con los testimonios de todos ellos. Manifestaciones que revelan una vocación cumplida y un sentimiento de profunda gratitud por poder dedicar buena parte de la vida a los demás.
Son, además, vidas que interpelan, que dan que pensar en unos entornos no siempre cómplices con una causa vital: “todos, mis familiares y amigos, saben a qué me dedico, qué hago, y eso quién sabe si puede llegar a interrogar a otras personas”. La experiencia dice que sí, que esta labor no se limita a las horas que pasan acompañando a las personas sin hogar. Y en el Centro Amigo saben que es difícil desconectar una vez que termina el trabajo: “estas personas siempre están ahí, en tu cabeza y en tu corazón. Intentas hacer la vida llevadera en medio de tanto sufrimiento, pero es complicado”.
Compartir la fe
En este centro, como en el resto de servicios de Cáritas, también hay espacio para compartir, rezar y dar gracias. Carlos González, delegado episcopal de Cáritas Diocesana, celebra la Eucaristía todos los meses en este hogar de la calle Torrijos. Una misa que preparan con esmero los 19 profesionales, 30 voluntarios y 39 usuarios que conviven a diario. “Todo es más fácil cuando la persona atendida es creyente, se establece un vínculo en el que hablamos un mismo idioma, compartimos algo importante”, reconoce Noemí García.
Son muchas las historias, los éxitos y fracasos, que pasan por las vidas de estos profesionales y voluntarios. Personas que dejan inevitablemente huellas que, en sus casos, tienen nombres, rostros y futuros que tratan de orientar con esperanza. La experiencia, la mejor escuela, les llevará a comprender que el éxito, la reinserción total de estas personas, no depende de ellos. Están disponibles y dan lo mejor de sí mismos, pero la suerte de estas vidas está en otras manos, en la responsabilidad de cada uno, en el empeño, en la decisión por salir de la calle, por volver a ser esas personas que algún día fueron.