Carta pastoral ‘En la Fiesta del Bautismo del Señor’
Queridos hermanos y hermanas:
Lo he referido alguna vez. Era la noche del 7 de diciembre de 1999 y estaba yo en la sacristía mayor de la Catedral de Toledo, de cuya archidiócesis era obispo auxiliar: Me preparaba para celebrar la Vigilia de la Inmaculada con los jóvenes. Allí me presentaron a un joven japonés de veintisiete años, doctor en ciencias jurídicas, miembro de una familia muy ligada al mundo de la cultura en su país, que a través del Camino Neocatecumenal tuvo la dicha de conocer a Jesucristo y a su Iglesia, siendo bautizado por el cardenal Rouco en la noche de Pascua de 1998 en la catedral de la Almudena de Madrid. Con lágrimas en los ojos me dijo que su infancia había transcurrido sin ninguna referencia religiosa y, al mismo tiempo que me manifestaba su alegría inmensa por ser cristiano, me pedía que encomendara al Señor su perseverancia y que le ayudara con la oración para acercar al Evangelio y al bautismo a su familia.
Celebramos en este domingo la fiesta del Bautismo del Señor, fiesta que evoca nuestro propio bautismo, el día más importante de nuestra vida. Nacidos en una tierra evangelizada en los primeros siglos de nuestra era, ser cristianos nos parece lo más natural. Nos parece también lo más natural el bautismo, al que nos presentaron nuestros padres y que probablemente no valoramos como se merece. La historia del joven japonés recién convertido nos invita a alabar a Dios, que nos destinó desde toda la eternidad a ser sus hijos y que ya en los primeros días de nuestra vida, nos bendijo con tantos y tan grandes bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo para que seamos santos e irreprochables. Él nos regaló la vocación cristiana y la filiación divina. Nos regaló también el don precioso de la gracia santificante, que nos hizo miembros de la familia de Dios, hijos del Padre, hermanos del Hijo y ungidos por el Espíritu. Nos incorporó además al misterio pascual de Cristo muerto y resucitado y, en consecuencia, nos hizo miembros de su Cuerpo Místico que es la Iglesia, nuestra familia, nuestro hogar, el manantial límpido en el que bebemos el agua de la gracia, la mesa familiar en la que cada domingo compartimos el pan de la palabra y de la eucaristía, algo que probablemente no estimamos en toda su trascendencia.
Y yo me pregunto: “¿Se puede ser cristiano en esta sociedad secularizada, hondamente materialista y cerrada a la transcendencia?”. Hay un primer obstáculo, el miedo a que se nos tache de antiguos o raros. La cobardía, la comodidad, el respeto humano y la falta de generosidad son los principales obstáculos que atenazan la voluntad de muchos jóvenes y adultos. El segundo obstáculo para ser cristianos buenos y fieles en esta sociedad son las seducciones del mundo. Hoy son muchos los que abandonan la fe, no tanto por razones de orden intelectual, sino por pura conveniencia. Se dejan llevar por los impulsos y apetencias de cada momento, por lo más cómodo, lo más placentero, la moda, el ambiente, por aquello que se nos presenta como lo más moderno o comúnmente aceptado, más allá de su bondad o malicia, verdad o falsedad. Las seducciones del mundo y las añagazas del diablo ahogan la semilla buena sembrada en el corazón de tantos jóvenes en su infancia, en la catequesis, en sus familias, parroquias y colegios.
Os reitero la pregunta: ¿Es posible hoy ser cristiano en esta sociedad que en buena medida vive de espaldas al Evangelio? La respuesta sólo puede ser positiva. Ser buen cristiano hoy ni es imposible, ni es una quimera inalcanzable, si cimentamos nuestra vida en la roca firme y segura que es Cristo. La contemplación de su vida, la escucha de su Palabra, el trato diario con Él y la recepción de los sacramentos de la penitencia y la eucaristía, nos permitirán vivir la vida nueva que Él nos ofrece.
En la fiesta del bautismo del Señor todos estamos invitados a revivir la gracia del bautismo, poniendo en el horizonte de nuestra vida a Jesucristo, sin excusas banales, sin dudas ni miedos. El Señor nos ofrece el camino de la felicidad auténtica, de la libertad sin recortes, de la verdadera alegría, un camino exigente, de esfuerzo, de renuncias, de tensión moral, sin componendas ni medias tintas, pero que nos permite vivir la única vida que merece la pena, la vida divina en nosotros, que es la vida en plenitud.
Contamos para ello con la ayuda segura del Señor. Contamos también con la ayuda de la madre Iglesia, que nos sostiene y acompaña en nuestro camino de fidelidad. En nuestra decisión de vivir comprometidamente vuestra vocación cristiana, contamos también con el aliento maternal de la Santísima Virgen, madre y medianera, abogada, socorro y auxiliadora. Que ella nos ayude a vivir fielmente nuestros compromisos bautismales.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla