VIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
No os agobiéis por el mañana
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia.
Mateo 6, 24‑34
Comentario de Miguel Ángel Garzón
Las lecturas nos ponen delante de la providencia y la ternura de Dios. Fiel reflejo es el breve pero conmovedor pasaje de Isaías. En medio de la desgracia del destierro, la ciudad de Sión se siente desolada por el abandono de Dios. La respuesta de Dios se sitúa en el plano afectivo del amor incondicional de una madre que no puede olvidar al hijo de sus entrañas ni dejar de conmoverse (verbo raham: compasión entrañable). En esta clave emocional, el salmista desahoga su corazón en Dios, en quien puede reposar y descansar, es su esperanza, su roca y salvación.
En el evangelio, Jesús evoca este amor paternal de Dios. Continúa el discurso de la montaña mostrando algunas claves de la identidad del discípulo. Primero exhorta a servir solo a Dios y no al dinero. Ambos son incompatibles, pues dar culto al dinero termina echando a Dios del corazón. En este sentido va la exhortación de Pablo a los corintios: ser servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. El cristiano ha de ser fiel al único Dios y Señor de su vida, a quien ha de rendir cuentas.
En consecuencia, Jesús pide no agobiarse (6 veces) por las cosas materiales (comida y vestido). Los paganos o los de poca fe se afanan y preocupan por estas cosas, los creyentes, en cambio, han de empeñarse en buscar primeramente el reino de Dios y su justicia (su voluntad), todo lo demás les será dado. Jesús no quiere inducir a la irresponsabilidad y al sinsentido, sino establecer una correcta escala de valores y prioridades en sus discípulos. Además, hace una llamada a confiar en la providencia de Dios que cuida de sus criaturas. Si Dios lo hace con las más débiles e insignificantes, cuanto más lo hará con sus hijos.