I Domingo de Cuaresma 2017
Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado
En aquel tiempo: Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo 6 y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.
Mateo 4, 1‑11
Comentario de Álvaro Pereira
as lecturas de este primer domingo de Cuaresma nos ayudan a considerar nuestra vida como un pequeño capítulo en la gran historia de salvación que Dios libra en favor del hombre y en contra de las fuerzas del mal.
En la primera lectura, asistimos al primer episodio de esta historia: el drama del Paraíso. Dios creó al ser humano bueno, libre y feliz pero, por incitación de la misteriosa serpiente, desobedeció a su Creador y rompió su relación de confianza con él.
En el evangelio, escuchamos el episodio opuesto de esta gran historia. Cristo sale vencedor de sus tentaciones mesiánicas frente a las incitaciones del tentador. Su arma decisiva es la palabra de Dios. Las tres réplicas de Jesús están tomadas del libro del Deuteronomio. Con hambre y en el desierto, el Hijo obedece a la voluntad del Padre, expresada en las Escrituras Santas, en contraste con Adán, Eva y el pueblo de Israel que, ya en el Paraíso o ya en el desierto, desobedecieron a Dios.
En la segunda lectura, san Pablo reflexiona sobre los dos episodios de esta historia: si por la desobediencia de Adán entró el pecado y la muerte en el mundo, por la obediencia de Cristo ha entrado la gracia y la vida. ¡Y no hay proporción entre uno y otro! Gracias sean dadas a Cristo, el redentor de nuestros pecados, el que nos salva de la muerte y el modelo de nuestra vida porque, por su obediencia, es posible la salvación.