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Otra Madrugá…

20170417.Otra.MadrugaA fuer que meterme en camisa de once varas quizá no sea la mejor intención de este post, y ni mucho menos invadir el terreno tan bien cuidado y trabajado por mi compañero de blogs Ignacio Valduérteles, a quien desde estas líneas envío mi admiración y respeto, todo sea porque la materia de la que él habla se debe a una siempre comedida forma de hacer y actuar que le requieren unas inteligencias de las que algunos otros carecemos. Dicho sea todo esto, realmente, por una vez, creo urgente y necesario invitar a una reflexión inevitable. La Ciudad entera y nuestra grey se debate estos días entre el sinsabor de los sucesos acontecidos en la Madrugá y la extraña sensación de haber sido arrebatados de un tesoro propio, patrimonio de todos, que por aún parece que muchos no saben quién, nos ha sido burlado con una más que lamentable muestra de soberbia gamberrada, que algunos tildan ya incluso de terrorismo y kale borroka.

Conste que mi posición respecto de la cosa cofrade no es pacífica. Desde que nací he sido hermano de tres hermandades, la primera por nación y familia, la segunda de la mano de dos grandes amigos y hermanos (uno de los cuales hoy es incluso delegado de hermandades de Gloria, mi admirado Eduardo Carrera), y la tercera por devoción propia de silencio. Con posterioridad, mis inclinaciones cofrades se han ido desvaneciendo precisamente por cierta sensación de tristeza que me ha ido invadiendo al paso de los años: he visto cómo la Semana Santa de Sevilla ha ido sufriendo una paulatina degradación en sus fundamentos, invadida por la inoculación de la zafiedad en las calles, la incultura generalizada, la falta de educación, el desvanecimiento de sus principios y la conversión en pura estética. Llevamos años viviendo esa paulatina degradación fundamental, que no tiene más que ver que lo que acontece en el resto de nuestra sociedad, sin que las Hermandades y Cofradías de Sevilla sean más culpables de eso que lo que nos corresponde a todos en general, consintiendo por acción u omisión una serie de desvalores que, inculturados después en la parte más gamberra de nuestra sociedad, da como resultados los lamentables hechos que hemos visto en nuestra Madrugá de 2017.

Convertida por algunos nuestra Semana Santa en una estética carente de fundamento religioso, todo cuanto se ve en nuestras calles en esos días pareciera que deja de tener sentido. Obviamente, las generalizaciones son, como se suele decir, odiosas. Pero lo son en todos los sentidos: estamos leyendo estos días verdaderas bravatas en algunos medios de comunicación sobre cómo tratar los sucesos de la Madrugá, y sin embargo muchas olvidan que lo fundamental, lo esencial es otra cosa. No corresponde a las hermandades y cofradías conseguir que unos jóvenes maleducados en una profunda mala fe, no utilicen el miedo inoculado en nuestra sociedad por otros motivos, para crear escándalo y estragos públicos; no corresponde a las hermandades atacar el vandalismo; ni les corresponde reducir el consumo de alcohol o enseñar a nuestros jóvenes a saber comportarse en la calle… Todo eso es labor de los padres, de las familias, y de los poderes públicos. La Educación, esa pobre dama que sale desvencijada y tan maltratada en todo esto, es una labor que nos obliga a todos, unos más que otros, pero me atrevería a decir que a todos por igual realmente.

Por contra, sí corresponde a nuestras Hermandades y Cofradías otra serie de obligaciones que, aunque resulte extraño decirlo desde aquí, están recogidas en sus libros de reglas, en sus fundamentos: corresponde a todas ellas la obligación de exigir a sus hermanos y cofrades un comportamiento cristiano, una verdadera fe convencida y ejerciente, una evangelización activa fundada en una fe que les nazca en el corazón. Pareciera que decir esto es una perogrullada, pero por desgracia no siempre es así: durante décadas hemos permitido una degradación de los fundamentos de nuestra Semana Santa, dejando que desaparezcan sus verdaderos sustentos religiosos, y ahora es cuando nos estamos percatando de que convertida en mero espectáculo sin un sustrato espiritual y religioso verdadero, nuestra semana mayor deja de tener sentido y acaba en manos de hordas destructivas y demoledoras. Una Semana Santa espectacular es algo indeseable, porque el espectáculo sin un verdadero sustento religioso generaliza en un empobrecimiento impreciso y bochornoso que acaba dañando realmente a las personas.

Como digo, las generalizaciones son odiosas, igualmente en el sentido que me refiero. En nuestras hermandades y cofradías hay un grupo inmenso de personas que viven su fe con fortalezas innegables, con una veracidad admirable e incluso luchando día a día contra toda esta barbarie que se ve en nuestra sociedad. Es el momento de echar mano de esas personas, ponerlas a la cabeza de las instituciones, gente que sabe guiar cada barco de forma que diseñen las pautas para la recuperación de los fundamentos esenciales de la fe que sustenta el mundo cofrade. Es hora de poner a esas personas, si no lo están ya, en las juntas de cada hermandad, y de inocular una verdadera fraternidad evangélica que se irradie a todos los integrantes de nuestras hermandades, y con ello a nuestra sociedad sevillana. Es hora de reflexionar y recuperar las esencias evangélicas y contagiar a toda Sevilla que se puede volver a una Semana Santa de verdad, en la que un verdadero Resucitado nos permita vivir otra Pascua de auténtica esperanza y alegría.


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