Carta pastoral ‘LIV Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones’
Queridos hermanos y hermanas:
El domingo IV de Pascua, que hoy celebramos, es conocido como el domingo del Buen Pastor. El evangelio nos presenta a Jesucristo como el pastor que llama y reúne a sus ovejas, las conoce por su nombre y que, en su inmolación pascual, da la vida por sus ovejas.
En este domingo celebramos también la LIV Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En ella se nos recuerda que en la tarea salvadora, que nace del misterio pascual, el Buen Pastor necesita colaboradores. A través de humildes instrumentos humanos, el Señor ha de seguir predicando, santificando, perdonando los pecados, consolando a los tristes, enseñando a los ignorantes y acompañando a quienes se sienten abandonados. Son las distintas vocaciones que el Espíritu suscita en su Iglesia para seguir cumpliendo la misión del Buen Pastor, dando la vida por los hermanos.
En esta Jornada damos gracias a Dios por la vida de tantos sacerdotes y consagrados, que en el ministerio pastoral, en la oración, el trabajo y el silencio del claustro, en el servicio a los pobres y marginados, en el acompañamiento a los enfermos y ancianos y en la escuela católica están gastando generosamente su vida al servicio de Dios y de sus hermanos. Es incalculable la riqueza que aporta a la Iglesia el don del ministerio sacerdotal y de la vida consagrada en sus múltiples carismas e instituciones. Que en esta Jornada y siempre les acompañemos con el afecto y la oración para que sean fieles a la llamada recibida para gloria de Dios y bien de la Iglesia.
El lema de la Jornada en este año es Empujados por el Espíritu para la misión, y el tema es la dimensión misionera connatural a toda vocación. En este sentido nos dice el Papa que “quien se deja atraer por la voz de Dios y se pone en camino para seguir a Jesús, descubre enseguida, dentro de él, un deseo incontenible de llevar la Buena Noticia a los hermanos”. Añade el Papa que el llamado por Dios, no recibe el don de la vocación para provecho propio o como un consuelo privado, para gozar individualmente por sentirse amado por Dios, sino para anunciar la alegría del Evangelio (EG 21).
La vocación, la llamada del Señor, implica ser enviado al mundo como profeta de su palabra y testigo de su amor. Dios al elegirnos conoce nuestra fragilidad. Por ello, no hay lugar para el temor, pues como en el caso de Isaías, el Señor viene en nuestra ayuda (Is 6,7-8). Hoy son también legión los consagrados y sacerdotes, que con gran generosidad han respondido como el profeta: «aquí estoy, mándame». El Papa nos pide que salgamos “de los recintos sacros del templo, para dejar que la ternura de Dios se desborde en favor de los hombres”, para que anunciemos a nuestros hermanos a Jesucristo siendo para ellos instrumentos de salvación.
Los consagrados y los sacerdotes, en las fatigas y en las dificultades debemos saber que Jesús camina con nosotros y que está a nuestro lado, como con los de Emaús, venciendo nuestros desánimos y dificultades. El Señor nos pide que seamos pacientes y esperanzados venciendo la idolatría del poder y del éxito fácil y a corto plazo. La semilla que esparce el sembrador no germina inmediatamente. Igualmente la semilla del Reino crece paulatina y silenciosamente gracias al poder de Dios. Nosotros los sacerdotes y consagrados debemos estar siempre abiertos a la acción silenciosa del Espíritu, desde la oración asidua y contemplativa cuidando la relación personal con el Señor en la adoración eucarística, «lugar» privilegiado de encuentro con el Señor.
El Papa anima a las comunidades cristianas, a las asociaciones y a los grupos de oración que, frente a la tentación del desánimo ante la crisis de vocaciones, sigan pidiendo al Dueño de la mies que mande obreros a su mies y nos dé sacerdotes y religiosos verdaderamente enamorados de Jesucristo y de su Evangelio, que sepan hacerse prójimos de los hermanos, y ser así, signos vivo del amor misericordioso de Dios.
El Papa nos anima también a proponer a los jóvenes el seguimiento de Cristo. Debemos ayudarles, con la palabra explicita y nuestro testimonio de vida, a descubrir el atractivo siempre actual de la figura de Jesús, a dejarse interrogar y provocar por sus palabras y por sus gestos y a decidirse a seguir sus huellas anunciando su nombre a los hermanos
Pongo esta intención preciosa en las manos maternales de la Santísima Virgen, que tuvo la audacia de acoger el designio de Dios sobre ella, poniendo su juventud y su futuro en las manos del Señor. Termino pidiendo a todos los sacerdotes y religiosos que en este sábado, o en este domingo, organicen actos especiales de oración por las vocaciones en las parroquias, iglesias y oratorios, que bien pudiera ser ante el Santísimo expuesto.
A todos os envío mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla