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Amor, ternura y esperanza: un mensaje desde Fátima para el mundo

Alguien me decía el otro día que seguían con interés este blog, cosa que agradezco, y con curiosidad de ver como enlazo la ecología con el mensaje de Jesús. La verdad es que no me cuesta trabajo por dos razones. Primera, la Doctrina social de la Iglesia está llena de mensajes ecológicos. Segunda, el evangelio, aparte de su profundidad espiritual y mensaje divino, está lleno de metáforas ecológicas para impregnarnos de trascendencia y dar sentido al ser humano y su papel en la realidad material del planeta y el mundo. El Papa Francisco nos ha dejado un hermoso mensaje ecológico en forma de encíclica su Laudato Si´ sobre el cuidado de la casa común. ¿Hay algo más hermoso que cuidar la casa común con todos, y digo todos, los seres humanos incluidos?

AFP4167483_ArticoloEl Papa Francisco, en Fátima, ha manifestado que el amor y la ternura están en el centro de nuestra relación con Dios, no el «miedo y el temor» (Alfa y Omega, 1026, 18 de mayo de 2017). Nos quieren meter miedo y temor, contestemos con amor y ternura. Amor, ternura y esperanza son tres bellas palabras, son conceptos esenciales que debemos llevar a la vida diaria, tanto privada como pública. Especialmente los católicos debemos manifestarlas en cada momento. El mundo necesita paz, y la paz se construye con el amor y la ternura, y con la esperanza de ser mejor para un mundo más perfecto. Dice el Papa Francisco: «la paz es artesanal». Esa artesanía de la paz, basada en el amor, la ternura y el encuentro, desde la esencial esperanza, ya que la historia no ha concluido, se construye en cada relación, si dos quieren, en cada hogar si todos lo desean, en cada nación si es voluntad de todos, en el mundo si fuese realmente el deseo común.

Nos decía D. Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla, al inicio de la Cuaresma,  «en el Evangelio, el Señor nos asegura que nadie puede servir a dos amos, porque o bien abandonarla a uno para dedicarse al otro, o bien dedicará al primero y no hará caso al segundo. Por lo tanto, no podemos servir a Dios y a las riquezas». Una dedicación compulsiva a atesorar riquezas nos alejará del amor, de la ternura y de la esperanza en el otro y con el otro. Es cierto, la historia no ha terminado, pero no podemos inhibirnos, con nuestros principios evangélicos de seguir construyéndola en paz, con amor y ternura, y la esperanza en un futuro común integrador e inclusivo.

(Fotografía AFP)


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