V Domingo de Pascua (2018)

El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.  A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.  Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.

Juan 15, 1-8

Comentario bíblico de Álvaro Pereira

Durante la cena del adiós, Jesús propone a los suyos —y también a nosotros, discípulos de hoy— algunas palabras en torno a la imagen de la “vid”. Era una metáfora ya conocida: la Biblia contiene muchos pasajes en los que la viña representa a Israel y Dios es imaginado como un agricultor bueno que cuida con afán de su viña (Is 5,1-7; Sal 80,9-20; Jer 2,21, etc.).

Pero Jesús transforma la metáfora. Ahora él mismo es la “vid”, el “viñador” representa a Dios y los “sarmientos” somos los discípulos. La relación entre los elementos esclarece el texto: igual que los sarmientos necesitan a la vid para dar frutos, así los discípulos deben “permanecer en” Jesús. “Permanecer” es vivir en Jesús, es mantener una relación estrecha y duradera con él. Ser discípulo, por tanto, no es hacer cosas ni alcanzar perfecciones, sino gozar de una relación gratuita: permanecer unidos a Jesús. Sin él, todo se vuelve esterilidad y desgracia, destinado al fuego del juicio. Con él, el discípulo se vuelve fecundo y da mucho fruto. Además, lo que se le exige ya se le ha regalado, es don antes que tarea. Este “fruto”, leído a la luz de la segunda lectura, consiste en “que creamos” en Jesucristo, y en “que nos amemos unos a otros” (1 Jn 3,23). Fe y amor son los frutos de los sarmientos unidos a Jesús que glorifican a Dios.

En la primera lectura, el libro de los Hechos relata cómo la Iglesia primitiva “daba fruto” o, al decir de Lucas, “se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo”. Más concretamente, se cuenta el caso de Saulo que, por gracia divina, pasa de perseguidor a testigo del evangelio. Sí, ciertamente la unión con Cristo da mucho fruto.

Preguntas:

  1. Hay quien quiere “dar frutos” (buenas obras) sin “permanecer en la vid” (relación con Jesús: oración y sacramentos), pero esto no es posible. Piensa en ello.
  2. Ser discípulo es, sobre todo, gozar de Jesús y relacionarnos con él. ¿Cuidas dicha relación?
  3. Saulo de Tarso pasa de perseguir a los creyentes a ser perseguido por causa del evangelio. ¿Eres valiente y das testimonio de tu fe?

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