XV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
¿Quién es mi prójimo?
En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
Lucas 10, 25‑37
Comentario bíblico de Miguel Ángel Garzón
Dt 30,10-14; Sal 68,14.17.30-34; Col 1,15-20; Lc 10,25-37
Las lecturas presentan la Palabra (Ley) de Dios como camino de vida. Moisés, a las puertas de la tierra prometida, pide al pueblo que escuche a Dios y cumpla sus preceptos que no están lejos sino a su alcance: “en tu corazón y en tu boca”. De esta forma encontrarán la vida, tal y como proclama el salmo: “Buscad al Señor y vivirá vuestro corazón” (Sal 68).
Esta vida es lo que busca el letrado que se acerca a Jesús. Acostumbrado a las disputas legales, quiere ponerlo a prueba, y le pregunta sobre el camino a seguir para heredar la vida eterna. Jesús le remite a la Ley que bien conoce: amar a Dios (Dt 6,5) y al prójimo (Lv 19,18) es el camino para la vida eterna. Pero el letrado queriendo justificarse, es decir, sabiendo que no sigue esta senda, pregunta sobre la identidad del prójimo merecedor de su amor. Jesús le responde con una sencilla parábola, recreando a un hombre asaltado y apaleado que necesita ayuda. Un sacerdote y un levita (ámbito religioso oficial) pasan de largo y dan un rodeo, pero un samaritano (impuro y enemigo – considerado no prójimo) lo auxilia. Se acerca con amor compasivo, procurándole lo necesario para vivir. Entonces Jesús interpela al letrado dando la vuelta a su pregunta: “¿Cuál se portó como prójimo del apaleado?”. La cuestión no es quién es el prójimo digno de mi amor, sino de quién me hago yo prójimo. Para ello se requiere la compasión, conmoverse ante el dolor del hermano necesitado y “practicar la misericordia con él”. Jesús le ha mostrado el camino, ahora le falta recorrerlo: “ve y haz tú lo mismo”.
Cristo, como afirma Pablo, es la plenitud de la revelación (Palabra de Dios), el fundamento de la creación y de la Iglesia, y el camino hacia la vida eterna.
- ¿Escuchas cada día la voz del Señor en su palabra? ¿Está presente en tu corazón y en tus labios?
- ¿Con qué personaje de la parábola te identificas? ¿Por qué?
- ¿Qué situaciones concretas te están pidiendo ahora compasión y misericordia?