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Domingo XXV del Tiempo Ordinario (2019)

No podéis servir a Dios y al dinero

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.  Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.  El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza.  Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.  Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.  Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él contestó: “Cien fanegas de trigo”. Le dice: “Toma tu recibo y escribe ochenta”.  Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.  Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.  El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.  Si, pues, no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera?  Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?  Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

 Lucas 16, 1‑13

Comentario bíblico de Antonio J. Guerra

Am 8,4-7; Sal 112; 1Tim 2,1-8; Lc 16,1-13

La liturgia de hoy supone una profundización sobre el doble mandamiento del amor, ya que es sin duda la plenitud de la ley divina (oración colecta) y el salvo conducto para entrar en la “morada eterna”. Las lecturas dirigen nuestra atención hacia los bienes materiales y de cómo éstos suelen favorecer más al egoísmo personal que a una vida de generosa entrega por los demás.

El profeta Amós critica con vigor la actitud egoísta del que busca su propio beneficio, aún en perjuicio del otro, en lugar de buscar la justicia y la verdad. Dios no tolera en absoluto esto, guardándolo en su memoria: “No olvidaré jamás ninguna de sus acciones” (Am 8,7). En la parábola evangélica, Jesús alaba la sagacidad del administrador injusto; pide el Señor que los hijos de la Luz (sus discípulos), actúen con idéntica sagacidad, analizando profundamente, siendo previsores y comportándose consecuentemente. El discípulo ha de preocuparse por ser acogido en la morada eterna, por tanto su interés habrá de dirigirse no tanto al futuro inmediato, el terreno, sino el situado más allá de la muerte. Este futuro se gana con la actuación en el presente; por ello, los discípulos han de usar los bienes terrenos de modo inteligente, procurándose con ellos los amigos oportunos que le abran las puertas del Reino. Quien reconoce a Dios como Señor, lo reconoce también como Señor de todos los bienes y comprende que él nunca podrá ser dueño absoluto, sino tan sólo administrador.

Como administradores debemos probar a través del uso de los bienes nuestra relación con Dios. Los bienes terrenos no están destinados a ser consumidos de modo egoísta, sino de acuerdo a la voluntad divina, esto es, empleándolos como expresión de amor concreto al prójimo.

Orar con la Palabra

  1. Amarás al Señor tu Dios, con toda tu alma, con todo tu ser”. El Señor es el dueño de todo y me entrega sus bienes, ¿me ayudan estos bienes a amar más y mejor a Dios?
  2. Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Qué dinero dedico a obras de caridad? ¿Qué dinero dedico para mí?
  3. Dios nos da lecciones de generosidad demostrándonos que quiere ser Padre de todos, sin distinción. ¿Cómo ando yo de generosidad? ¿Vivo más centrado en mí que en los demás, o al revés?

CARTA DOMINICAL

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