Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?
Una vez, yendo camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Lucas 17, 11‑19
Comentario bíblico de Antonio Guerra
2Re 5,14-17; Sal 97; 2Tm 2,8-13; Lc 17,11-19
En la antigüedad, la lepra era considerada fuente de impureza para quien la contraía, convirtiendo al leproso en un marginado social obligado a vivir apartado de todos. La ley Mosaica los tachaba de impuros y les prohibía el culto de ofrenda sacrificial en el Templo, e incluso les obligaba gritar cuando se le acercaba una persona: “¡Impuro, impuro!” (Lv 13,45). Llama así la atención el grito que unos leprosos profieren a Jesús en el evangelio: “¡Ten piedad de nosotros!”, súplica propia de los Salmos dirigida siempre al Dios de Israel, y que, luego, la Iglesia en la Eucaristía ha hecho suya (Kirie Eleison). El grito provoca la atención de Jesús que, a su vez, les manda algo inesperado: el leproso sólo podía presentarse ante el sacerdote cuando la lepra estaba curada, para que éste lo comprobara y le permitiese al leproso sanado ofrecer de nuevo el culto debido a Dios. Los diez leprosos del evangelio se ponen en camino antes de verse curados, indicando con este gesto de obediencia, en principio, una fe firme en la palabra dada por Jesús. En el camino quedaron todos limpios, sin embargo, sólo uno de ellos, el samaritano (el extranjero sin “derechos” ante Dios), se percata que Dios lo ha curado y por eso exclama a voces lo bueno que ha sido el Señor con él. Esta gratitud hacia Dios le mueve a “volver” hacia aquél que lo envió al sacerdote, ya que por medio de su palabra, Dios le ha sanado. Jesús aprovecha este encuentro para alabar la FE de este extranjero y lamentarse por los otros nueve que aún no le reconocen como Salvador. La acción de gracias del Samaritano establece una relación nueva con Jesús ya que por su palabra ha descubierto la acción de Dios en su vida.
Orar con la Palabra
- ¿Qué tiempo dedico a leer y estudiar la Palabra de Dios?
- La Eucaristía es una acción de gracias por un encuentro que está llamado a convertirse en comunión. ¿Soy consciente de que Dios me quiere encontrar?
- ¿La salvación tiene que ver con la sanación? ¿Qué salvación es la que trae Jesús?