Viernes de la tercera semana
Queridos hermanos y hermanas:
Hemos sobrepasado ya el ecuador de la Cuaresma, tiempo de gracia y salvación, en el que todos somos invitados a convertirnos por el camino del silencio y el desierto, la oración más intensa, la limosna y el ayuno, del que el mejor modelo es el Señor, que ayuna en el desierto durante cuarenta días y cuarenta noches.
El ayuno como práctica penitencial está hoy en desuso. Sin embargo, la Sagrada Escritura y la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para luchar contra el pecado y para recuperar la amistad con el Señor. Por ello, la Palabra de Dios nos invita muchas veces a ayunar. Jesús ayuna y rechaza el alimento ofrecido por el diablo. La práctica del ayuno está también muy presente en la primera comunidad cristiana y los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del «viejo Adán» y abrir en nuestro corazón el camino hacia Dios.
En nuestros días, la práctica del ayuno ha perdido relevancia desde la perspectiva ascética y espiritual. En muchos ambientes cristianos ha llegado incluso a desaparecer. Al mismo tiempo, ha ido acreditándose como una medida terapéutica conveniente para el cuidado del propio cuerpo y como fuente de salud. Siendo esto cierto, para nosotros los cristianos el ayuno es una «terapia» que nos ayuda a mortificar nuestro egoísmo, a romper con los apegos que nos separan de Dios, a controlar nuestros apetitos desordenados y a ser más receptivos a la gracia de Dios.
El ayuno contribuye a afianzar nuestra conversión al Señor y a nuestros hermanos, a entregarnos totalmente a Dios y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio. La privación voluntaria del alimento material nos dispone interiormente para escuchar a Cristo y alimentarnos de su palabra de salvación.
En las especiales circunstancias que estamos viviendo, de tanto dolor para millones de hermanos nuestros, ayunar y ofrecer este sacrificio para que el Señor nos libere del flagelo del coronavirus es una forma preciosa de vivir la solidaridad con las víctimas de esta epidemia.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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