Sábado de la cuarta semana
Fuertes en la fe, comprometidos con la caridad
En los tiempos de crisis se comprueba la verdad de nuestras convicciones. Como el crisol aquilata los metales, así esta pandemia examina la autenticidad de nuestra fe. Así ocurrió en los primeros siglos de la Iglesia. En las epidemias, bastante comunes en el ocaso del Imperio Romano, los cristianos de la primera hora mostraron la autenticidad de su fe y el compromiso de su caridad.
Ante una epidemia que asoló el imperio en el año 251 y que causaba en Roma la muerte diaria de cinco mil personas, el obispo Cipriano de Cartago alentaba a sus fieles y les pedía que no sucumbieran a la angustia. Luchando con afán por cuidar a sus enfermos y evitar el contagio, los animaba «a no temer a la muerte» y a mostrar «valientemente la fortaleza de nuestra fe» (Cipriano, De mortalitate).
En otra región del imperio, Alejandría de Egipto, el obispo Dionisio encomiaba el amor fraterno de sus fieles: «La mayoría de nuestros hermanos, por exceso de amor y de afecto fraterno, olvidándose de sí mismos y unidos unos con otros… visitaban a los enfermos, les atendían en todas sus necesidades, los cuidaban en Cristo y hasta morían contentísimos con ellos» (cartas festales).
La caridad bien entendida implica cuidar a los demás, procurando impedir el contagio, para evitar que la pandemia siga difundiéndose. Ahora bien, incluso siendo exquisitos con las recomendaciones sanitarias, la fe y la caridad deben ser ejercidas también ahora: una fe que consuela y da esperanza en situaciones de hastío y dolor; una caridad que responde a los demás con delicadeza y cuida de los otros con ternura. Ojalá que los grandes santos de la primera época se sientan orgullosos de nosotros.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
0 comentarios
dejar un comentario