Domingo de Ramos
Iniciamos la Semana Santa. Las lecturas de este Domingo de Ramos, subrayan la voluntariedad de Jesús en su Pasión. Nadie le fuerza sino su amor al Padre y a la humanidad. Por ello, dirá Isaías que voluntariamente «ofreció la espalda a los que le golpeaban…» (Is 50,6). Con libertad absoluta sube al árbol de la Cruz, en el que le clavan cruelmente para que no pueda escapar. Desde la Cruz extiende sus brazos para abrazarnos a todos. Permite que le abran su cuerpo, para que conozcamos sus entrañas de amor. Acepta que le levanten en alto para que todos le veamos como bandera de salvación y de victoria.
Como siervo obediente, nos dice san Pablo, «no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos; y así, actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,6-8). Subió al árbol del dolor, rehusando el árbol del placer y el trono de la gloria y el poder, que le mostrara Satanás en el desierto. Se vació de sí mismo al servicio de los hombres, abrazándose amorosamente a la cruz.
La liturgia de estos días nos presentará a Cristo como el nuevo Adán, que ofrece al Padre un sacrificio que repara y compensa sobradamente el pecado del primer Adán. La obra redentora de Cristo llega así a la raíz. No es una solución pasajera, ni un paliativo momentáneo, sino un injerto de gracia que sana y renueva para siempre el árbol enfermo y maldito del paraíso, que se convierte así en árbol de bendición, en la Cruz bendita de nuestro Señor Jesucristo, que nos renueva y nos salva. Que la Cruz de Jesús salve a la humanidad doliente en esta hora crucial.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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