Sábado Santo
En la Vigilia Pascual, la Iglesia nos anunciará esta noche la más jubilosa noticia: el Señor ha resucitado, el Señor vive, su vida no termina en el escándalo de la Cruz. En su resurrección, el Padre hace eficaz la redención obrada por Él en el Calvario, que puede ser aplicada a todos los hombres de todos los tiempos, a través de los sacramentos.
En una iglesia de Talavera de la Reina, me encontré una magnífica casulla roja del siglo XVI. En su parte delantera tiene tres hermosos medallones bordados en oro: el superior representa el enterramiento de Cristo; el central, su resurrección; y en el inferior aparece Cristo resucitado inclinado sobre un hombre anciano en actitud de levantarlo.
No es difícil interpretar este motivo: el anciano es Adán, el hombre viejo del pecado al que aludirá san Pablo. En realidad, es la humanidad entera debilitada por el pecado del paraíso, sobre la que Cristo se inclina para devolverle la vida.
La escena, que es una hermosa representación plástica de lo que significa para la humanidad la resurrección de Cristo, recuerda la descripción de la creación del hombre en el Génesis: Dios crea a Adán inclinándose sobre su estatua de barro para insuflarle el espíritu. Fue el primer comienzo, la primera de las obras de Dios. Cristo resucitado, por su parte, se inclina sobre el viejo Adán para recrearlo, comunicándole su gracia salvadora, que brinda también a toda su descendencia. Es el nuevo comienzo, tan importante como el primero.
Por ello, no exagera la liturgia de esta noche invitándonos a la alegría cuando en el «Pregón pascual» grita jubilosa: «Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación».
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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