Sábado de la cuarta de la semana de Pascua
El cristianismo es alegría
La imagen lacerada del Crucificado podría llevar a pensar a quienes no conozcan el evangelio que la fe cristiana exalta el dolor, pero no es así. Benedicto XVI solía decir que el cristianismo es esencialmente alegría, una alegría profunda, auténtica y perdurable, que es capaz de llenar el corazón de paz, incluso en situaciones muy difíciles.
La base de esta alegría no está en una mera actitud positiva ante la vida, un optimismo antropológico más o menos acendrado, sino en la certeza de la fe en el Resucitado. De esta manera, los creyentes somos, por así decirlo, invencibles, ya que sabemos que el pecado y la muerte han sido vencidos por Dios. La última palabra la tuvo, y la sigue teniendo, aquel que resucitó al Crucificado: nuestro Padre Dios.
Alguno pensará que en medio de esta pandemia mundial no estamos para celebraciones pascuales. En cambio, es el anuncio de la resurrección de Jesús la raíz de nuestra esperanza y el fundamento de nuestra alegría. Los santos nos enseñan que es posible alegrarse incluso en medio de las lágrimas. Así lo afirmaba san Juan Pablo II en la carta apostólica que nos introducía en este nuevo milenio. El papa santo proponía los modelos ejemplares de santa Catalina de Siena y santa Teresa de Lisieux, quienes creían que en “las almas santas podía estar presente la alegría junto con el sufrimiento” (NMI, 24). Terminamos con las palabras de la santa carmelita que cita el papa: “Nuestro Señor en el huerto de los Olivos gozaba de todas las alegrías de la Trinidad; sin embargo, su agonía no era menos cruel”. Sí, hermanos, Cristo vencerá todas las agonías y colmará de alegría nuestros corazones. Este es el mensaje de la pascua.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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