Acompañar en el sufrimiento | Carta dominical del arzobispo de Sevilla
En este sexto domingo de Pascua culmina la Campaña del Enfermo, que se inicia cada año con la Jornada Mundial del Enfermo, el 11 de febrero, festividad litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, y se concluye en este domingo con la llamada ‘Pascua del Enfermo’. Concluye hoy la campaña, es cierto, pero no termina el compromiso de la Iglesia peregrina con sus miembros más sufrientes, los enfermos. El Santo Padre Francisco nos recordaba que Dios “nos cuida con la fuerza de un padre y la ternura de una madre” y que “el testigo supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito”. Los Evangelios nos narran los encuentros de Jesús con las personas enfermas para acompañar su dolor, darle sentido, curarlo. Como discípulos suyos, estamos llamados a hacer lo mismo, ya que el sufrimiento de nuestros hermanos se convierte en una urgente llamada a ser “testigos de la caridad de Dios que derramen sobre las heridas de los enfermos el aceite de la consolación y el vino de la esperanza, siguiendo el ejemplo de Jesús, misericordia del Padre”.
El enfermo es siempre el centro de nuestra acción pastoral. Incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir nuestra cercanía. Lo que el Papa recuerda a los agentes sanitarios cuando explica que “sus manos, que tocan la carne sufriente de Cristo, pueden ser signo de las manos misericordiosas del Padre”, es válido para todos los que cuidan a los enfermos. Aunque vivimos en un tiempo y una sociedad que se caracterizan por las prisas, “la caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles, tiempo para estar junto a ellos».
Sin duda, el mayor dolor es la falta de esperanza, por eso hemos de ser muy conscientes de nuestra misión: “siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida” (1 Pe 3, 15). Se hace necesario estar preparados para aportar esperanza; pero no una esperanza cualquiera, sino -como señalaba Benedicto XVI-, una esperanza “fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (Spe Salvi, 1). Esta falta de esperanza nace con frecuencia en terrenos donde no se ha sembrado la fe. Como nos recuerda el papa Francisco, “si la peor discriminación que padecen los pobres -y los enfermos son pobres de salud- es la falta de atención espiritual, no podemos dejar de ofrecerles la cercanía de Dios, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe” (Evangelii gaudium, 200).
Por eso, junto con el Santo Padre, deseamos “reafirmar la importancia de las instituciones sanitarias católicas: son un tesoro precioso que hay que custodiar y sostener; su presencia ha caracterizado la historia de la Iglesia por su cercanía a los enfermos más pobres y a las situaciones más olvidadas… Aún hoy en día, incluso en los países más desarrollados, su presencia es una bendición, porque siempre pueden ofrecer, además del cuidado del cuerpo con toda la pericia necesaria, también aquella caridad gracias a la cual el enfermo y sus familiares ocupan un lugar central. En una época en la que la cultura del descarte está muy difundida y a la vida no siempre se le reconoce la dignidad de ser acogida y vivida, estas estructuras, como casas de la misericordia, pueden ser un ejemplo en la protección y el cuidado de toda existencia, aun de la más frágil, desde su concepción hasta su término natural”.
Hoy encomendamos de una manera especial a los enfermos, a sus familiares y acompañantes a la intercesión de María, Salud de los enfermos. De su mano, unidos a la cruz de Jesucristo, encontrarán consuelo y esperanza.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla