AL OTRO LADO DEL TORNO I

AL OTRO LADO DEL TORNO I

‘Al otro lado del torno’ será el título de la sección que iniciamos en Iglesia de Sevilla y que será un espacio dedicado a la vida contemplativa, de la cual tenemos la gracia de gozar de una abundante muestra en nuestra Archidiócesis. Este epígrafe se ajusta a la idea que queremos difundir a través de esta publicación. En toda persona hay un germen contemplativo. Sin menoscabo de la visión comunitaria de la experiencia cristiana, cada persona debe reservar un espacio, y no pequeño, para su relación íntima y personal con Dios.

Aunque nuestra diócesis tiene la suerte de contar con un elevado número de comunidades contemplativas es fácil comprobar que existe un gran desconocimiento de ellas. Hasta cierto punto hay una desconexión entre la gran masa de creyentes y los que han optado por la contemplación. Y no solo por parte de los que no son más que católicos de número sin participar en actividades parroquiales o comunitarias, sino de muchos de los implicados en una vida activa e, incluso, alguno que otro de vida consagrada.

Del desconocimiento nace la incomprensión. No es rara la pregunta acerca de la utilidad de las comunidades de clausura. ¿Para qué sirven? ¿No son más necesarias en la vida activa, en un mundo como es el actual en el que tantas necesidades hay? ¿No es un ejemplo de insolidaridad encerrarse en un convento y alejarse del mundo? ¿La clausura en pleno siglo XXI, no es un residuo del pasado y por eso se encuentra en franca decadencia? Son muchas las preguntas de este tipo que estoy habituado a oír cuando en mis libros o en alguna conferencia defiendo la vida contemplativa. La respuesta es fácil, muy fácil de entender, aún más cuando se trata de personas creyentes. Basta con acudir al pasaje evangélico en el que Cristo visita a Lázaro y sus hermanas en Betania. Al reprender Marta, hacendosa y trabajadora, a su hermana por permanecer escuchando al Señor, el propio Cristo la justifica y no solo eso, sino que afirma que María ha escogido la mejor parte, defendiendo claramente la vida contemplativa, a la que incluso sitúa por encima de la vida activa.

El mundo monástico es una constante de todas las sociedades desde los albores de la humanidad. El monacato no es un hecho exclusivamente católico, ni siquiera cristiano. Tan monjes son los budistas o los hinduistas como lo puedan ser los benedictinos o cartujos. El monje es una persona que busca a Dios en la soledad, en el aislamiento, alejado del mundanal ruido. Es un disidente, un insatisfecho de la sociedad materialista y competitiva que nos invade y decide apartarse de esa carrera desenfrenada que no conduce a ninguna parte. Pero el monje o la monja no buscan la comodidad del claustro ante los problemas del mundo. Ellos no se apartan del mundo, sino de lo mundano. No son solitarios insolidarios, sino todo lo contrario. Son personas que creen en la fuerza de la oración y que permanecen expectantes y en actitud orante en tanto otros están distraídos por las ocupaciones mundanas. Cada creyente debe conservar un espacio para la intimidad con Dios, un lugar de silencio y recogimiento que sea el equivalente a la celda monástica.

ISMAEL YEBRA

Autor de ‘Entre monjas y frailes’


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