Álvaro Pereira: “¡Qué haría yo sin mi Iglesia de Sevilla!”
Un ministerio sacerdotal deseado, una vida pastoral profunda, dinámica y fecunda, un amor apasionado por las Sagradas Escrituras y un deseo ardiente de servicio y predicación del Evangelio, son algunos de los rasgos que describen los 17 años de ordenación sacerdotal de Álvaro Pereira Delgado.
“Estoy muy feliz de que el Señor me haya llamado a ser su sacerdote. Nunca dudo de él y del amor que me tiene. Sí que dudo de mí, ya que tantas veces no soy fiel. Pero el Señor es paciente y bueno conmigo, me suele traer a gente para que saque de mí lo que Él me regala cada día: la gracia del ministerio, que se concreta en la escucha misericordiosa, en la capacidad de dar ánimos y esperanzas, en los deseos de servir, predicar y dar vida. Me siento muy bendecido, la verdad”.
“Entré con dieciocho años en el Seminario”
Este sacerdote sevillano manifiesta que su historia vocacional es muy sencilla. Desde muy pequeño estuvo cerca de la Iglesia. Vivía al lado de la parroquia de su pueblo en Montellano y fue monaguillo desde los seis años.
“Servíamos al altar no solo los domingos, sino también los días de diario”– rememora. Las hermanas de la Cruz, además, los enseñaban a ser buenos niños y buenos monaguillos. “Cuando cumplí los catorce años, vino a mi pueblo un sacerdote joven, Don Carlos Coloma, que tenía muchas ganas de hacer cosas con la juventud. Comenzamos a hacer convivencias, campos de trabajo, a servir a los ancianos de la casa de las Hijas de la Caridad, a ayudar en la restauración de la parroquia, que estaba en obras en aquella época. Me fui entusiasmando con Jesús y su Iglesia”.
Álvaro descubrió la belleza y profundidad de la oración en aquellos retiros juveniles y, poco a poco, se fue haciendo una pregunta cada vez más insistente a la que no pudo negarse. Entró con dieciocho años en el Seminario Metropolitano de Sevilla.
Confiesa que una certeza sostiene no solo su fe, sino también su vida: “Jesús me ama y ha dado la vida por mí. Él me ha enseñado que su Padre es también mi padre y me ha creado por amor para ser santo y predicar con alegría su Evangelio”.
¡Qué haría yo sin mi Iglesia de Sevilla!
Pero hay más: “Él me ha puesto en la Iglesia, en la que me siento verdaderamente querido. ¡Qué haría yo sin mi Iglesia de Sevilla! Mi querido arzobispo, mis hermanos sacerdotes, los jóvenes que el Señor me regaló en mis años de la Pastoral Universitaria, mis compañeros de claustro y mis alumnos, y mil amigas y amigos laicos con lo que he ido compartiendo la presencia luminosa y fecunda de Dios”.
Profesor, canónigo, capellán…
Para él es esencial hacer un rato sustancioso de oración personal con la Palabra de Dios por la mañana. “Sin ella, me siento vacío, acelerado y seco”.
A las ocho de la mañana celebra la Eucaristía, el centro de su jornada, con sus monjas jerónimas, en el monasterio de Santa Paula. “De allí salgo con energía para emprender el día. Desde hace un año soy canónigo y comparto el Oficio y los Laudes con mis hermanos en la Catedral. La oración comunitaria es una inmensa riqueza”.
Después, acude a la Facultad de Teología e invierte el día entre clases, la investigación y la atención a sus alumnos. “Vivo este servicio académico como la misión pastoral que me ha encomendado mi Iglesia. A veces, cuando veo cómo los ojos les brillan a algunos alumnos que descubren la belleza de la Sagrada Escritura, comprendo que el Señor se ha portado muy bien conmigo encomendándome esta bendita tarea”.
Ministerio de la predicación
Considera que le falta muchísimo para parecerse a los grandes santos sacerdotes, como san Felipe Neri, San Juan de Ávila o el Santo Cura de Ars, que solo celebrando la Eucaristía ya transmitían palpablemente el amor del corazón de Jesús. Sin embargo, “le pido al Señor cada día que me conceda celebrarla con autenticidad, siendo fiel a la Iglesia y diciendo con verdad: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, de manera que me una y configure con la entrega de nuestro Señor Jesucristo. Me siento muy llamado al ministerio de la predicación, así que intento preparar las homilías para que los fieles atisben el inmenso misterio que celebramos en el altar”.
Itinerario
Los primeros seis años de su vida sacerdotal estuvo en Roma estudiando la licencia y el doctorado en Sagrada Escritura. “Fueron años preciosos en los que descubrí los abismos insondables de la Palabra de Dios. Nunca me canso de leerla, estudiarla y descubrir nuevos detalles que hablan del amor y la paciencia del Creador con sus criaturas”.
En Roma también se abrió a la riqueza y universalidad de la Iglesia. “Relativicé muchas cosas en mi modo de entender el ministerio y afiancé otras, las más importantes. Hice muchísimos amigos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de todo el mundo y aprendí amar a la Iglesia en su grandeza y su complejidad”, expresa.
Después fue enviado al Seminario Metropolitano como formador y a la Parroquia del Corpus Christi, como vicario de d. Miguel Oliver Román, del que aprendió mucho.
En 2010, monseñor Juan José Asenjo lo destinó a la Pastoral Universitaria, el SARUS y a la Hermandad de los Estudiantes. “He desempeñado durante nueve años este servicio pastoral. Han sido los mejores años de mi vida. Allí encontré una comunidad de 80.000 personas, llenas de vida, ilusiones, problemas, angustias y deseos de saber, a las que el Señor me encomendaba para servirlas y, si se dejaban, anunciarles el Evangelio”.
Así, el servicio pastoral en la Universidad de Sevilla (también comenzó a ir semanalmente a la Pablo de Olavide) le forjó como sacerdote amigo de Jesús y representante de la Iglesia ante la sociedad (en este caso, universitaria). “Aprendí, no sin muchas equivocaciones, a dialogar con los que no creían y a mostrar un rostro cercano, servicial y humilde de la Iglesia ante los demás. Me encontré con muchísimos profesores, estudiantes y miembros del personal de la Universidad que tenían ganas de Dios y sed de ser escuchados. Pasé muchas horas de confesionario y dirección espiritual; organicé muchísimas convivencias, retiros, ejercicios espirituales, encuentros formativos y mil actividades en las que siempre me sentí capitaneado por mi Señor Jesús. Sufrí y luché en favor de los empobrecidos, que también había muchos en la Universidad. Trabajé mucho en Cáritas Universitaria en aquellos años. Disfruté con las decisiones vocacionales de algunos jóvenes que decidieron dar el paso al sacerdocio, la vida religiosa o el matrimonio. ¡Cuánto bien hace el Señor en la vida de los jóvenes que son generosos con él! Metí la pata muchas veces, pero también experimenté el perdón y la paciencia de las personas, creyentes y no creyentes, conmigo. Fueron años preciosos que el Señor me ha regalado”, agradece.
Ahora lleva dos años dedicado a la docencia y a la investigación, aunque sigue atendiendo a algunas personas de esos años en dirección espiritual.
Más obreros a su mies
Álvaro advierte sobre la necesidad de oración por los sacerdotes y las vocaciones sacerdotales, “tanto como el agua”. En ocasiones, “cuando algún joven me expresa sus inquietudes vocacionales, le digo que vea cuánta necesidad tenemos de sacerdotes. Muchos días me acuesto con la sensación de no haber llegado a todas las personas que requerían mi atención. Señor, manda obreros a tu mies, los necesitamos”.
“Para mí la vida es Cristo”
Cuando se ordenó sacerdote, escribió en la estampita de ordenación: Para mí la vida es Cristo (Filipenses 1,21). “Aunque a veces tiendo a cubrir de ropajes mi vida, al final siempre me doy cuenta de que todo es secundario y solo con Él soy de verdad feliz. Jesús me levanta de mis caídas y siempre está cuidándome, incluso aunque no me dé cuenta. Tiene una paciencia infinita conmigo, me reorienta y me sorprende con nuevos proyectos y personas cuando no los esperaba. Su palabra es misteriosa, a veces me sabe dulce y fortalece mis debilidades, a veces me arde por dentro y denuncia mis falsedades; pero siempre me muestra una confianza heroica, capaz de ver en mí lo que solo Él es capaz de sacar. ¿Cómo no decir que para mí la vida es Cristo?»