Amoris laetitia III
El amor siempre da vida. De esta manera empieza el capítulo quinto titulado “Amor que se vuelve fecundo”.
La familia es el ámbito de generación y acogida de los hijos, aún antes de que hayan nacido, como un regalo de Dios. A veces los padres sienten que el hijo no llega en el mejor momento, otras veces incluso llegan a decir que fue un error, pero a pesar de eso, ese niño debe ser acogido plenamente. El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna.
No se olvida el papa de hablar del embarazo al que califica como una época difícil y a la vez maravillosa. Le pide a la mujer que viva ese tiempo de maternidad esperada con alegría y con gozo y que los miedos, las preocupaciones, los comentarios ajenos o los problemas no apaguen la felicidad de ser instrumentos de Dios para traer una nueva vida al mundo
Al padre y a la madre les pide Francisco que colmen con actos de amor la vida del recién nacido que le irán mostrando poco a poco que las relaciones entre los seres humanos apuntan a nuestra alma, busca nuestra libertad y nos hace aceptar la diversidad. Todo niño, tiene derecho a tener un padre y una madre y no el de un padre y una madre por separado, sino del amor entre ellos, percibido como nido que acoge y como fundamento de la familia. De esta manera se enseña el valor de la reciprocidad, del encuentro entre diferentes donde cada uno aporta su propia identidad y la aceptación del otro.
Posteriormente, en este capítulo, el papa dedica apartados especiales dedicados a la madre y al padre por separado.
A las madres las llama a que las circunstancias del mundo moderno: trabajo, ampliación de estudios, desarrollo de sus capacidades personales,….. no deben ser un obstáculo para que el niño perciba la presencia de la madre, especialmente en los primeros meses de su vida. También reconoce el papa que las madres a menudo son las que transmiten la fe a sus hijos a través de las oraciones sencillas que les enseñan. Las madres, en definitiva, son el antídoto fuerte al individualismo circundante.
Reclama el papa la presencia del padre en la familia, que a veces está tan concentrado en sí mismo, en su trabajo y en su realización personal, que olvida a la familia. También esta presencia paterna y, por tanto, su autoridad se ve afectada por el tiempo cada vez mayor que le dedica a los medios de comunicación y a la tecnología de la distracción.
A veces los matrimonios no pueden tener hijos. En este caso, la pareja debe saber que el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación y que la maternidad y paternidad no es solo una realidad exclusivamente biológica, sino que se expresa de distintas maneras. Por eso, en la exhortación se hace una llamada a los matrimonios sin hijos a que sean magnánimos y abran su amor matrimonial para recibir a quienes están privados de un adecuado contexto familiar.
La familia cristiana no debe vivir encerrada en sí misma, no se queda a la espera, sino que sale a la búsqueda solidaria y se convierte así en un nexo de integración de la persona en la sociedad y en un punto de unión entre lo público y lo privado. Los matrimonios necesitan adquirir una clara y convencida conciencia sobre sus deberes sociales. La familia de Jesús vivió así, con normalidad entre los demás. Por eso les costaba reconocer la sabiduría de Jesús.
Un matrimonio que experimenta la fuerza del amor sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia.
Estas relaciones de amor también la deben vivir los hijos hacia los padres. A nadie le hace bien perder la conciencia de ser hijo. El vínculo virtuoso entre generaciones es garantía de futuro. Una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad sin honor. Por la misma razón los ancianos deben ser atendidos y respetados, quienes rompen los lazos con la historia tendrán dificultades para tejer relaciones estables y para reconocer que no son los dueños de la realidad.
Vivir entre hermanos nos da la oportunidad de ayudar y ser ayudados y la relación entre ellos se profundiza con el paso del tiempo. Es la familia la que introduce la fraternidad en el mundo.
No quiero excederme demasiado, queda hablar del noviazgo, peo sería demasiado extenso. Por eso lo mejor que se puede hacer es leer esta exhortación apostólica. Seguro que no les va a defraudar.
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