APERTURA DEL PROCESO DE BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN DEL PADRE JOSÉ TORRES PADILLA
El Padre José Torres Padilla nació en 1811 en la isla canaria de La Gomera y en su adolescencia quedó huérfano junto con sus tres hermanos. Desde pequeño sintió vocación religiosa, trasladándose a los 16 años a Tenerife para estudiar en la Universidad de La Laguna y en 1833 se embarcó en dirección a Sevilla para finalizar sus estudios de Teología. En 1836 se ordenó sacerdote y cantó su primera misa.
En Sevilla adquirió fama de santidad y se le llamaba popularmente El santero de Sevilla (hoy día se le recuerda de la misma manera), pues fue director espiritual y confesor de varias monjas de especiales virtudes, como la dominica Sor Bárbara de Santo Domingo; Sor María Florencia Trinidad (Madre Sacramento) y Santa Ángela de la Cruz. Con esta última colaboró en la fundación del Instituto Religioso de las Hermanas de la Compañía de la Cruz y fue director espiritual del mismo.
Catedrático de Sagrada Teología en el Seminario Conciliar de Sevilla y canónigo de la Catedral de Sevilla, asistió como teólogo al Concilio Vaticano I, por sugerencia del Papa Pío IX.
Falleció en Sevilla el 23 de abril de 1878, al día siguiente fue conducido al Panteón de San Sebastián (hoy Parroquia de San Sebastián), propiedad del Cabildo Catedral de Sevilla, y el 25 fue enterrado. A los cinco años de su entierro, la Madre General de las Hermanas de la Cruz (Santa Ángela de la Cruz) pidió al Cabildo Catedral y consiguió el traslado del cuerpo para depositarlo en la Cripta de la Casa Madre del Convento de las Hermanas de la Cruz.
Desde su muerte hasta el día de hoy en Sevilla, en el Instituto de las Hermanas de la Cruz y en La Gomera, continúa su fama de santidad, siendo muchas las personas que le encomiendan sus necesidades, suplicando gracias y favores.
Una vez más, nuestra Archidiócesis de Sevilla se siente bendecida por el Señor, que ha hecho maravillas y ha manifestado su gloria entre nosotros a través del Padre José Torres Padilla. Damos gracias a Dios porque realmente su vida es un ejemplo a imitar por los sacerdotes diocesanos seculares, su memoria y su legado nos interpelan, nos hace mucho bien para nuestra vida espiritual y para el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal: su palabra era vehículo de la Palabra de Dios; su mirada estaba transida de la misericordia de Dios para todos; sus manos transmitían la acogida de Dios; su semblante traslucía algo de la ternura del Padre; su vida era signo visible y transparente de la preexistencia de Jesús para todos, especialmente para los pobres, los enfermos y los desvalidos.
Para nosotros, la difusión de su vida santa contribuirá a mantener vivo su espíritu de servicio a los pobres en el ejercicio de las obras de misericordia; servirá de ejemplo y modelo al clero diocesano secular y a muchos fieles para mantener una oración constante en la vida, amor a la Eucaristía y a la Santísima Virgen María, entrega al estudio y fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Por ello, sin duda alguna, también será ejemplo para las nuevas generaciones de sacerdotes y su futura canonización supondrá un gran bien para la Iglesia.
Imagen: ABC