Benedicto XVI – encíclicas
Las tres encíclicas de Benedicto XVI dan un fuerte impulso a la misión. No tratan directamente el tema de la misión de la Iglesia, ni de la misión "ad gentes", pero el amor y la esperanza son el motor de toda la actividad misionera de la Iglesia.
En la primera, Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), afirma: “que el ejercicio de la caridad es una actividad de la Iglesia como tal y que forma parte esencial de su misión originaria, al igual que el servicio de la Palabra y los Sacramentos” (n. 32). Con lo que está poniendo de relieve una idea, muy presente en la Redemptoris missio y que luego será el título del mensaje del mismo Benedicto XVI para la Jornada mundial de las misiones de 2006: “La caridad, alma de la misión”. En efecto, el amor toca la esencia de Dios y del ser humano, forma parte de “la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino” (n. 1). Por este motivo, la Iglesia es una comunidad de amor (nn. 19ss.) a imagen de la Trinidad y la consecuencia es clara: “el amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesiaparticular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad” (n. 20). Por eso “la caritas-agapésupera los confines de la Iglesia […] y muestra la universalidad del amor”; es, en definitiva, el fundamento más profundo de la misión universal de la Iglesia.
La segunda Spes salvi (30 de noviembre de 2007) está dedicada a la esperanza cristiana. En ella, en íntima conexión con la primera, Benedicto XVI empieza diciendo que se nos ha dado “una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”. Y es que la fe en Cristo nos da una esperanza; es más, “en muchos pasajes las palabras «fe» y «esperanza» parecen intercambiables” (n. 2). Es la fe en el amor de Dios por todos los hombres la que conduce a la vida divina que “comporta estar unidos existencialmente en un «pueblo» y sólo puede realizarse para cada persona dentro de este «nosotros». Precisamente por eso presupone dejar de estar encerrados en el propio «yo», porque sólo la apertura a este sujeto universal abre también la mirada hacia la fuente de la alegría, hacia el amor mismo, hacia Dios” (n. 14). La encíclica termina hablando de las “verdaderas estrellas de nuestra vida”, que son “las personas que han sabido vivir rectamente” y son “luces de esperanza”. Benedicto XVI dice que necesitamos esas luces, que son reflejo de la luz de Cristo: “personas que dan luz reflejando la luz de Cristo”. La misión de la Iglesia es llevar esa luz y los misioneros son las personas que en medio de las incertidumbres y oscuridades de los pueblos, hacen brillar la luz de la fe en Cristo y dan esperanza a todos.
La última, Caritas en veritate (29 de junio de 2009), trata “sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad”. Es una encíclica muy importante ya que muestra como “el amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz” (n. 1). En ella dice que la Iglesia tiene “misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación” (n. 9), que es “irrenunciable” (ibíd.). Recuerda las importantes palabras de Pablo VI, “el testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre” y termina concluyendo “sobre estas importantes enseñanzas se funda el aspecto misionero de la doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización”. E invita al final de la encíclica a “forjar un pensamiento nuevo y sacar nuevas energías al servicio de un humanismo íntegro y verdadero” ya que “la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad”, pues “Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande” (n. 78). Qué duda cabe que los misioneros en todo tiempo han sabido llevar el desarrollo humano y social a muchas personas y pueblos en toda la tierra. Ellos muestran como la misión evangelizadora de la Iglesia es universal no sólo en sentido geográfico, sino por el compromiso que supone con un humanismo integral que transforma la sociedad y la cultura con los valores del Evangelio.
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