BENEDICTO XVI Y EL ROSARIO
No descubro ningún secreto si afirmo que esta devoción antaño tan arraigada en la vida de muchos cristianos y de nuestras familias, se ha ido desvaneciendo en las últimas décadas, tal vez por el hecho de ser una devoción que no tiene rango de oración oficial de la Iglesia. No faltan incluso quienes califican el rezo del Rosario como una devoción marginal, infantil e impropia de personas espiritualmente maduras.
Más de una vez me he referido al amor al Rosario que caracterizaba al Papa Juan Pablo II, que con justicia es llamado el Papa del Rosario. En más de una ocasión confesó que era su "devoción predilecta". Menos conocida es la afinidad del Papa Benedicto XVI con esta práctica piadosa, que sin embargo ha alabado y recomendado en docenas de ocasiones. En la exhortación apostólica Verbum Domini recuerda “la relación inseparable entre la Palabra de Dios y María de Nazaret” e invita a promover entre los fieles, sobre todo en la vida familiar, la oración a la Virgen como una ayuda para meditar los santos misterios narrados por la Escritura. “Un medio de gran utilidad, -añade- es el rezo personal y comunitario del santo Rosario, que recorre junto a María los misterios de la vida de Cristo, y que el Papa Juan Pablo II ha querido enriquecer con los misterios de la luz” (n. 88).
En la audiencia general del miércoles 6 de octubre de 2010 animó a los fieles a“redescubrir” el rezo del Rosario y “a valorar esta oración tan querida en la tradición del pueblo cristiano”. Invitó a los jóvenes a “hacer del Rosario la oración de todos los días” y a los enfermos, “a crecer, gracias al rezo del Rosario, en el confiado abandono en las manos de Dios”. Exhortó, por fin, a los recién casados “a hacer del Rosario una contemplación constante de los misterios de Cristo”.
El 19 de octubre de 2008, en el Santuario de Pompeya invita el Papa a experimentar “la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos”. Para ello, “es necesario ante todo dejarse conducir de la mano de la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo: rostro alegre, luminoso, doloroso y glorioso”. Los frutos de esta contemplación son ubérrimos. “Quien, como María y junto a Ella, -afirma el Papa-custodia y medita asiduamente los misterios de Jesús, asimila cada vez más sus sentimientos, se conforma con Él”. A este respecto cita una hermosa consideración del beato Bartolomé Longo, que ya citaba Juan Pablo II en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae: “Como dos amigos, que se tratan a menudo, suelen conformarse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida por la comunión, podemos llegar a ser, en cuanto sea capaz nuestra bajeza, parecidos a ellos, y aprender de estos grandes ejemplos a vivir humildes, pobres, pacientes y perfectos” (n. 15). Dice además el Papa en Pompeya que “el Rosario es escuela de contemplación y de silencio”, pues la “cadenciosa repetición del Ave Maria no turba el silencio interior, sino que lo busca y alimenta”.
El lunes 5 de mayo de 2008, al inaugurar el mes de María en la basílica de Santa María la Mayor, afirmó el Papa que “el santo Rosario no es una práctica relegada al pasado, como oración de otros tiempos en la que pensar con nostalgia… En el mundo actual tan disperso, esta oración ayuda a poner a Cristo en el centro, como hacía la Virgen, que meditaba interiormente todo aquello que se decía de su Hijo, y lo que Él hacía y decía”. “En efecto, –añadió el Papa- el Rosario, cuando se reza de modo auténtico, no mecánico y superficial sino profundo, trae paz y reconciliación. Contienen en sí la potencia sanadora del Nombre santísimo de Jesús, invocado con fe y con amor en el centro de cada Avemaría”.
Por fin, antes del rezo del Ángelus del domingo 16 octubre 2005, afirmó el Papa que el Rosario no se contrapone a la oración litúrgica; es más, constituye un complemento natural e ideal, en particular como preparación y como acción de gracias a la celebración eucarística. Si la Eucaristía es para el cristiano el centro de la jornada, el Rosario contribuye de manera privilegiada a dilatar la comunión con Cristo, y a mantener fija en Él la mirada del corazón para irradiar sobre todos y sobre todo su amor misericordioso.
Que estas consideraciones del Papa nos ayuden a todos a amar el Rosario y a recuperar esta devoción si la hemos perdido, pues el rezo diario del Rosario es signo de nuestro amor filial a Nuestra Señora.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla