BESAR LA MANO DE LA ESPERANZA
Entre las luces con símbolos meramente invernales o de interés geométrico (salvo las tres grandes coronas de la Plaza de San Francisco, que evocan a los tres reyes magos, según me asegura mi buen amigo Luis Duarte, director del Distrito Casco Antiguo) y las multitudes deambulando de compras y escaparates, el Adviento en Sevilla se abre paso con los belenes de hermandades e instituciones, los coros de villancicos por la calle, las operaciones carretilla de los grupos jóvenes, etc. Pero sobre todo ello emerge en estos días, como en el capítulo 12 del libro del Apocalipsis, el gran signo de Dios para recordar, a quien lo quiera saber, qué es de verdad lo que estamos a punto de celebrar. Como el grito de Isaías que Juan el Bautista hace suyo en el desierto, llamando a preparar los caminos del Señor, llega en estos días la Esperanza de María.
La Virgen se hace cercana a todos en los presbiterios, como en la Inmaculada, en esa advocación que creo que es la advocación que describe la devoción mariana de Sevilla: Esperanza. El Adviento, la esperanza del y en el Señor, simboliza la vida entera. ¿Cómo vivir sin Dios? ¿Cómo vivir sin su aliento, sin su horizonte de eternidad? ¿Cómo levantarse tras las caídas, como resistir a las contrariedades, sin la esperanza verdadera? Caminamos en la esperanza de que Dios nos acompaña y nos llama a un destino de eternidad. Y en eso es maestra María. En el dolor de la Virgen se identifica nuestro dolor. Y sabiéndola triunfante, esperamos el triunfo del amor y la misericordia por encima del mal, del pecado y de la muerte. Ya lo proclamaremos todo eso en Semana Santa. Mientras tanto, en el Adviento, nos acercamos a María para sentir, tocar y besar la esperanza que nos sostiene.
Sevilla es de la Esperanza. En estos días hay que acercarse a la Macarena, a Triana por la calle Pureza o en la O de la calle Castilla. Por la Trinidad, por San Martín o San Roque. No son todas las vírgenes de Sevilla, claro. Pero esa geografía es como un resumen del alma de la ciudad.
Hay que acercarse a esos besamanos. El besamanos es un sacramental (acto de piedad no litúrgico) que contiene, si lo hacemos con devoción, un enorme gesto de amor a Dios y a la Virgen. Depositamos un beso, con todo su simbolismo de amor humano, sobre las manos de una imagen, significando a la vez afecto, reconocimiento y devoción, pero ese gesto lo reconocemos como trascendente. Porque sabemos que es madera, por supuesto, y sin embargo convertimos el beso en una acción que sabemos que va más allá, hacia lo que llamamos cielo, lugar donde moran los que han sido fieles a Dios. Lugar donde está triunfante María. Lugar de una realidad más plena que nos aguarda. Vemos cuánto se dice con ese beso. Y con ese beso nos agarramos, nos anclamos, a la esperanza que Ella representa, para segur luchando, a pesar de los miedos y temores.
Porque es Adviento, acércate a la Esperanza, y besa su mano. Y habrás hecho más cristiano, más verdadero, el Adviento de Sevilla, el tiempo de la Esperanza y tiempo de María.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
@Marce_Manzano
Foto: Javier Montiel (artesacro.org).
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