Carta de monseñor Asenjo sobre la Cuaresma dirigida a los sacerdotes, consagrados, diáconos y seminaristas de la Archidiócesis
El Arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, ha dirigido una carta a los sacerdotes, diáconos y seminaristas de la Archidiócesis de Sevilla, a propósito del inicio de la Cuaresma 2021, el próximo Miércoles de Ceniza.
En la misiva, monseñor Asenjo ha recomendado la lectura “del hermoso mensaje que el Papa Francisco nos ha dirigido y en el que nos invita a la conversión por los caminos del ayuno, la oración, la limosna y la cercanía dicaz a los pobres y a los que sufren”.
A continuación reproducimos íntegramente la carta.
A los sacerdotes, consagrados, diáconos y seminaristas de nuestra Archidiócesis
Queridos hermanos y hermanas: Os escribo para saludaros fraternalmente y daros noticia de mi salud. Como sabéis quienes me habéis llamado por teléfono o visitado recientemente, mi estado general es bueno. Han desaparecido los terribles dolores de la primera quincena de diciembre, si bien he perdido completamente el ojo derecho y solo conservo el 20 % del izquierdo, lo que me permite la visión periférica y moverme por los espacios.
Estoy aprendiendo a manejar los recursos que me brinda la ONCE, a la que me han afiliado. Por lo demás, hago cuanto puedo. He recuperado el Oficio Divino gracias a los audios que me envía Radio María, una experiencia preciosa pues para mí la recitación de los textos «ex auditu» penetra mejor en la mente y en el corazón. Por otra parte, sigo atendiendo a las visitas, la correspondencia y saliendo a las parroquias con las limitaciones propias que impone la pandemia.
Tengo que deciros además que estoy sereno, contento y con buen ánimo, pues acepto cordialmente lo que el Señor ha permitido en mi vida y lo ofrezco por la Iglesia, el Papa, las víctimas de la pandemia, fallecidos y enfermos, nuestra Archidiócesis, y todos vosotros.
Estamos a punto de comenzar la Cuaresma. Os recomiendo la lectura atenta del hermoso mensaje que el Papa Francisco nos ha dirigido y en el que nos invita a la conversión por los caminos del ayuno, la oración, la limosna y la cercanía dicaz a los pobres y a los que sufren.
La conversión entraña un cambio efectivo de valores, un cambio profundo del corazón y de la mente, que no es un cambio cosmético y somero. En la Cuaresma estamos invitados a reconocer nuestro pecado, el vacío de una vida mediocre y sin horizontes. Pero esto no es suficiente. La conversión es verdadera cuando fortalece la fe y la adhesión cordial y plena al Señor. La conversión es volver, regresar, como hizo el hijo pródigo. La conversión no es psicoanálisis ni introspección que lleva a la depresión. Debe ser siempre un manantial de esperanza y alegría. Entraña dolor por haber caminado por sendas erradas, por atajos y trochas. Por eso, la conversión es algo más. Es regresar a la casa y a las cosas del Padre. Es sentirse abrazado por las manos acogedoras del Padre. Es entrar en la intimidad y el calor del hogar familiar, que hemos abandonado al pecar. Es volver al Señor (2Cor 3, 16; Hch 9, 35; 11, 21). Es volver al Pastor de nuestras almas (lP 2, 25). Es volver a Jesús, poner los ojos fijos en Él, pues debe ser el destinatario único de la mirada de cada uno de nosotros, y no otros intereses o personas, el dinero, el orgullo, el prestigio o los ascensos. Nuestros ojos deben estar siempre clavados en Jesús, como nos dice el Beato Marcelo Spínola, los ojos de los sacerdotes y consagrados deben mirar a Cristo como supremo y único valor.
Tendremos autoridad para invitar a nuestras comunidades a la conversión, si nosotros mismos estamos recorriendo ese camino de regreso y podemos mostrar la ruta exacta y el gozo que produce volver al Padre, sentir las manos acogedoras de Dios que se emociona ante nuestro regreso, como el padre del hijo pródigo. La vuelta para nosotros, queridos hermanos y hermanas, es volver a sentir el abrazo de Jesucristo querido, de Jesucristo apasionadamente buscado, de Jesucristo estudiado, de Jesucristo contemplado, de Jesucristo seguido, de Jesucristo tratado en la mañana, al atardecer y en la noche. Jesucristo siempre, queridos hermanos y hermanas.
Él es el corazón y la fuente de sentido y de esperanza para nuestra vida. Él es la razón de nuestro existir, como lo fue para San Pablo, como nos dice con emoción: «Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir (Fil 1, 21). Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de Cristo Jesús mi Señor (Fil 3, 8)». De ahí surge su apasionamiento por Jesucristo. «Me urge el amor de Cristo (2 Cor 2, 14)», como le urge también la necesidad imperiosa de anunciarlo a todos: «Ay de mí si no evangelizare (l Cor 9, 16)».
No sería pequeño fruto de la lectura de esta carta si todos concluyéramos con el propósito decidido de conocer mejor a Jesús. Cuanto más lo conozcamos, más lo necesitaremos, más desearemos volver a Él, estar con Él, aferramos a Él. No sería mal ejercicio cuaresmal si en estos días releyéramos la trilogía «Jesús de Nazaret» del Papa Benedicto XVI. Nuestra conversión genuina depende de nuestro conocimiento de Jesús, cuya figura, anchura, altura y profundidad son inabarcables.
Os invito, queridos hermanos sacerdotes y consagrados, diáconos y seminaristas, a conocer a Jesús y, sobre todo, a volver a Jesús en esta Cuaresma y a tratarle en la oración cálida de cada jomada para robustecer la amistad e intimidad con Él. Ésta es la mejor plataforma para amar a nuestros fieles y servir a los pobres. Agradeciendo de corazón vuestras oraciones de estos meses, encomendándome de nuevo a vuestra plegaria y rogándoos que recéis por el futuro arzobispo, os deseo una fecunda y santa Cuaresma.
A todos os envío un abrazo fraterno y mi bendición.
Afmo. en el Señor.
Sevilla, 12 de febrero de 2021
+Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla