Carta pastoral ‘Clausura de la fase diocesana del proceso de canonización de nuestros mártires’ (TEXTO y AUDIO)
Queridos hermanos y hermanas:
En la tarde de este domingo, 27 de noviembre, tendremos en la catedral, la clausura de la fase diocesana del proceso de canonización de los mártires de la Guerra Civil en nuestra Archidiócesis. La apertura del proceso tuvo lugar el 3 de octubre de 2014. En estos dos años largos se han ido reuniendo los datos, escritos y epopeyas martiriales de los protagonistas, además de los testimonios de quienes conocieron los hechos y de quienes con posterioridad han podido aportar datos verídicos.
Su número, después de depurar escrupulosamente la lista inicial se eleva a veintiuno. De ellos, diez son sacerdotes, un seminarista y diez laicos, entre ellos una mujer de Constantina, María Dolores Sobrino, asesinada en la sacristía de la parroquia y la más mayor de todos los que conforman la causa. La encabeza el Siervo de Dios Manuel González-Serna Rodríguez, párroco del citado pueblo de la Sierra norte, donde fue asesinado y cuya fama de santidad era notoria antes de su martirio acaecido el 23 de julio de 1936. Entre los seglares contamos con dos abogados, un farmacéutico, un sacristán, un carpintero, un empleado de banca, un empleado municipal y dos propietarios. Cuatro de ellos eran solteros y seis casados. El más joven, con 19 años, era el seminarista Enrique Palacios Monrabá, que murió junto a su padre Manuel Palacios Rodríguez en Cazalla de la Sierra.
La mayoría pertenecían a la Adoración Nocturna, a la Acción Católica o militaban en la defensa de la Iglesia en la vida pública y fueron martirizados por su condición de cristianos fervientes. Todos ellos son honra y prez de nuestra Iglesia particular, hitos gloriosos de nuestra historia diocesana. Ellos son el paradigma de lo que debe ser una vida cristiana piadosa y santa, generosa, consecuente y fiel. Ellos, junto con los demás santos sevillanos de todas las épocas, constituyen nuestro patrimonio más preciado, un auténtico patrimonio de santidad. Todos ellos murieron perdonando a sus verdugos y fueron varios a los que se les ofreció la libertad a cambio de apostatar de su fe, resistiendo los halagos de quienes les juzgaban.
Quiero subrayar que los trabajos que se han llevado a cabo en estos dos años largos y la decisiva fase del proceso que se iniciará con la entrega de las actas en la Congregación para las Causas de los Santos en los próximos días, es una iniciativa exclusivamente religiosa y eclesial. Que nadie vea en ella otra intención. Sólo pretendemos honrar a nuestros mártires, dar a conocer a toda la Iglesia el heroísmo y la fortaleza de quienes murieron por amor a Jesucristo y mostrar a los cristianos de hoy el testimonio martirial de su vida cristiana vivida hasta sus últimas consecuencias. Efectivamente, todos ellos son modelos y testigos del amor más grande, pues fueron cristianos de profunda vida interior, devotos de la Eucaristía y de la Santísima Virgen. Vivieron cerca de los pobres y fueron apóstoles convincentes de Jesucristo. En las penosísimas circunstancias que acabaron con su vida terrena, mientras les fue posible, se confesaron, se alimentaron con el pan eucarístico e invocaron filialmente a la Virgen con el rezo del santo Rosario. En la cárcel confortaron a sus compañeros de prisión y nunca renegaron de su condición de sacerdotes o laicos fervientes. Sufrieron con fortaleza vejaciones y torturas sin cuento y murieron perdonando a sus verdugos y orando por ellos. Vivieron los instantes finales de su vida con serenidad y alegría admirables, alabando a Dios y proclamando que Jesucristo era el único Rey y Señor de sus vidas.
El final de la fase diocesana de su proceso de canonización debe constituir para toda la Archidiócesis un acontecimiento de gracia y un estímulo para ser cada día más fieles al Señor. Efectivamente, como rezamos en uno de los prefacios de los santos, a través de su testimonio admirable, el Señor fecunda sin cesar a su Iglesia, con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas evidentes de su amor. Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión. El testimonio de estos candidatos a la beatificación, a medida que se vayan conociendo sus biografías, nos ayudará a fortalecer nuestra condición de discípulos y amigos del Señor, a robustecer nuestra esperanza, a acrecentar nuestra caridad hacia Dios y hacia nuestros hermanos y a revitalizar nuestro testimonio apostólico.
En el contexto de la Nueva Evangelización y la transmisión de la fe, es preciso dar a conocer sus vidas, sus escritos y su experiencia de Dios en publicaciones sencillas, comenzando por nuestra hoja diocesana Iglesia en Sevilla y la web de la Archidiócesis. Es necesario que mostremos todos estos tesoros en la acción pastoral. En ellos pueden encontrar los sevillanos de hoy auténticos ideales, programas de vida y magníficos ejemplos a seguir, pues ellos son nuestros modelos y también nuestros intercesores.
Para todos los fieles de la Archidiócesis, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla