Comenzamos el año jubilar teresiano (12-10-2014)
Efectivamente, Teresa de Cepeda y Ahumada nació en el pequeño pueblo de Gotarrendura, cercano a Ávila, el 28 de marzo de 1515. Fue la tercera de diez hijos, nacidos del matrimonio formado por Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila de Ahumada.
Su padre, descendiente de adinerados judíos toledanos, fue un hidalgo abulense recio, recto y piadoso, que procuró a sus hijos una sólida educación cristiana y también una buena formación humanística. A los veinte años, en contra del parecer del padre, que tenía una especial predilección por Teresa, ingresó en el Carmelo de la Encarnación de Ávila, profesando el 3 de noviembre de 1538. La Encarnación no debía rayar a gran altura espiritual. Allí Teresa, con algún problema de carácter psicosomático, llevó una vida religiosamente anodina. Su conversión a una vida más austera y religiosa tiene lugar hacia 1553. La lectura de las Confesiones de san Agustín, el trato con el franciscano Bernardino de Laredo, autor de Subida del Monte Sión, y con algunos dominicos y jesuitas ilustrados y virtuosos contribuyeron de modo notable a su vuelta a la oración, que muy pronto se vio adornada de fenómenos místicos como nos refiere en el Libro de su vida.
Muy consciente de la relajación que imperaba en la Encarnación y en otros conventos del Carmelo cuyas reglas habían sido atenuadas en 1432 por Eugenio IV, Teresa, con el consejo de san Francisco de Borja y san Pedro de Alcántara, resolvió iniciar la reforma de la Orden para volver al estilo de piedad y oración, austeridad, pobreza y clausura que secularmente le había caracterizado. El 24 de agosto de 1562 inauguró el convento de San José de Ávila. A partir de entonces comenzará su peregrinaje por toda la rosa de los vientos de la geografía de España, abriendo conventos -palomarcicos los llamaba ella- con el nuevo espíritu. En 1571 la Encarnación se sumó a la reforma y la eligió como priora. En Sevilla, a donde llegó muy enferma y donde conoció al P. Jerónimo Gracián, estableció santa Teresa la undécima fundación en mayo de 1575, a pesar de las grandes contradicciones que tuvo que sufrir. Murió en Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582, punto final de sus incesantes viajes y de sus anhelos de reforma. Fue beatificada por Pablo V en abril de 1614 y canonizada en marzo de 1622 por Gregorio XV. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia en 1970.
Sus numerosas obras, casi todas escritas a instancias de sus directores espirituales, transmiten su experiencia espiritual, sus crisis de sequedad o de acedia, o las experiencias místicas tenidas en la oración, que la llenan de paz, de amor a Dios y anhelo de servirle, todo ello expresado con una espontaneidad, un gracejo y belleza inimitables, con una prosa simple, sin adornos ni artificios, en la lengua comúnmente hablada y popular. Por ello, ha sido considerada como una de las escritoras más importantes de la lengua castellana. Sus experiencias místicas quedan plasmadas en su obra cumbre Las moradas o Castillo interior escritas en 1588, tal vez la obra cimera de la mística católica y una de las más importantes de la literatura religiosa universal.
La celebración del V Centenario de su nacimiento tiene una innegable dimensión cultural, pero ante todo debe ser un acontecimiento inequívocamente religioso, una llamada a todos los hijos de la Iglesia a conocer la vida azarosa y atrayente de Teresa, especialmente sus escritos, que han sido estímulo y alimento para la oración de muchas generaciones de cristianos. Debe servir, sobre todo, para imitar a Teresa en su amor apasionado a Jesucristo, en su amor a la Iglesia, en cuyo seno quiso morir y por lo que da gracias a Dios en los momentos postreros de su vida. La celebración del V Centenario nos debe estimular para aspirar como ella con toda determinación a la santidad, viviendo también su amor al silencio, la austeridad y la pobreza.
Santa Teresa, maestra consumada de oración, nos invita a amar la oración, que ella entiende como una necesidad del corazón, como una necesidad vital. Ella la define en el Libro de su vida como “tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. La entiende además en clave cristológica: “Poned los ojos en Cristo”, pues “…es muy buen amigo Cristo”. Ella estima, por fin, que la tibieza espiritual comienza con el abandono de la oración, pues “la verdadera caída es dejar la oración”.
Deseándoos a todos una celebración gozosa y fecunda del año teresiano, recibid mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla