‘Como Jesucristo, obligados a huir’, carta pastoral del Arzobispo con motivo de la Jornada Mundial del Migrante
Este domingo celebramos la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado bajo el lema Como Jesucristo, obligados a huir. La Jornada quiere ser una llamada a la oración, reflexión y al compromiso de las comunidades cristianas ante el drama de los desplazados, especialmente los internos, a menudo invisibles, que la crisis mundial provocada por la pandemia de la COVID 19 ha agravado hasta límites insospechados.
En la huida a Egipto, el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica condición de desplazado y refugiado, marcada por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades (cf. Mt 2, 13-15.19-23). Desgraciadamente, en nuestros días, millones de familias pueden reconocerse en esta triste realidad. Cada día en la prensa nos encontramos con noticias de refugiados que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias. Jesús está presente en cada uno de ellos, obligado, como en tiempos de Herodes, a huir para salvarse.
Los cristianos estamos llamados a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado (Mt 25, 31-46) para poder amarlos y servirlos como auténticos hermanos. Se trata, sin duda, de un reto pastoral al que estamos llamados a responder con los cuatro verbos que el papa Francisco nos invita contantemente a poner en práctica: acoger, proteger, promover e integrar. Pero, además, con motivo de esta Jornada Mundial nos invita a Conocer para comprender y hacerse prójimo para servir. Actitudes que nos enseña el Señor en el Evangelio.
Él mismo se identifica con la debilidad y el sufrimiento de los forasteros y emigrantes. Como Jesucristo, obligados a huir, Jesús fue emigrante, haciéndose así solidario de los sufrimientos y angustias de todos los emigrantes. En el último día, en el momento crucial del juicio, el criterio último de discriminación será nuestros sentimientos de amor, servicio y acogida a los que han debido dejar su casa y su familia. Y es que Jesús se identifica misteriosamente con nuestros hermanos más pobres; de manera que cualquier gesto de amor, de acogida, de ayuda o de servicio, lo mismo que cualquier gesto de desprecio o rechazo contra nuestros hermanos no es como si se lo hiciéramos al Señor, es que se lo hacemos al Señor mismo.
En consecuencia, por fidelidad al Señor, los cristianos tenemos la obligación de considerar el fenómeno de la inmigración desde una visión iluminada por la fe, abierta y humanitaria. Los inmigrantes tienen derecho a buscar aquí honradamente los medios de vida. Y nosotros, que también fuimos emigrantes, tenemos obligación de ayudarles, acogerles y tratarles de acuerdo con su dignidad de personas, hijos de Dios y hermanos nuestros. Abrámosles, pues, las puertas y salgamos a su encuentro.
Los inmigrantes deben tener la posibilidad de encontrar en nuestras parroquias su hogar, pues en la Iglesia nadie es extranjero. Son muchos los campos en los que podemos ayudarles y servirles y es grande la riqueza y dinamismo que pueden aportar a nuestras celebraciones litúrgicas, a la catequesis, el apostolado y la acción social, como he podido comprobar con gozo en mis visitas a las parroquias.
Nuestra Iglesia diocesana, acompaña a los inmigrantes que necesitan asesoramiento para poner en regla su documentación, aprender nuestra lengua, encontrar alojamiento, poder trabajar, reunirse con sus compatriotas y amigos, denunciar los abusos de que son objeto y defender sus derechos. Pero no podemos socorrerles sólo con medios materiales. También ellos necesitan a Jesucristo, único salvador y redentor, pues como nos dijera la Beata Teresa de Calcuta no hay mayor pobreza que no conocer ni amar a Jesucristo.
Pido al Señor que sostenga con su gracia el compromiso fraterno de los voluntarios de la Delegación de Migraciones, así como el de los trabajadores y voluntarios de Cáritas, al mismo tiempo que rezo por todos los inmigrantes de nuestra Archidiócesis, para que el Señor les conforte en la lejanía de su patria y de sus seres queridos y sientan el calor de nuestra familia diocesana y de nuestras comunidades parroquiales.
Para ellos y sus familias y para todos los miembros de nuestra Iglesia particular, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla