‘Con la Virgen de Fátima, a la espera del Espíritu’, carta pastoral del Arzobispo
Queridos hermanos y hermanas:
En mi carta semanal del pasado 2 de abril, os hablaba del centenario de las apariciones de Fátima y, entre otras cosas, os anunciaba la celebración de un gran acto diocesano el 3 de junio en el altar del Jubileo de la catedral, coincidiendo con la solemnidad de Pentecostés. Os decía también que se implicarían en su preparación la Delegación diocesana de Apostolado Seglar y la Acción Católica, dos realidades pastorales fuertemente enlazadas con Pentecostés. Adelantaba en esta carta que la celebración se abriría con una procesión con la imagen de la Virgen de Fátima, que saldrá de la parroquia del Sagrario por la puerta de san Miguel de la catedral, para recorrer la avenida de la Constitución, las calles Alemanes y Placentines para entrar en catedral por la puerta de Palos.
En el trayecto cantaremos o rezaremos el santo Rosario y, como en Fátima, acompañaremos a la Virgen con velas. Después se celebrará la Eucaristía, dando la oportunidad a quien lo desee de acercarse al sacramento de la penitencia. Al final de la Eucaristía tendremos la consagración de la Archidiócesis al Inmaculado Corazón de María. En los tres días previos tendremos un triduo en la parroquia del Sagrario, presidido respectivamente por el Vicario para la Vida Consagrada, el Vicario general y el señor Obispo auxiliar, que glosarán en la homilía los tres ejes del mensaje de Fátima, la oración, la penitencia y la conversión.
Como os decía en mi carta, el objetivo último del centenario debe ser en primer lugar la renovación de nuestra devoción filial a la Santísima Virgen, que incluye conocerla, amarla e imitarla, poniéndola en el centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Os decía también que el segundo objetivo es vivir la espiritualidad de Fátima, que incluye reconocer que todos necesitamos convertirnos cada día, que sin el humus de la oración todo en nuestra vida será agitación estéril, que la mortificación y la penitencia pertenecen a la entraña del Evangelio, a la que pertenece también la reparación por nuestros propios pecados y por el pecado del mundo. Debe ser objetivo además la recuperación del rezo del Santo Rosario, devoción hermosísima recomendada por la Virgen y los Papas.
Más de uno se preguntará por qué unimos la Vigilia de Pentecostés con el centenario de Fátima. La respuesta es muy sencilla. Es grande la relación de la Virgen María y el Espíritu Santo. En el Credo confesamos que el Señor se encarnó en las purísimas entrañas de la Santísima Virgen por obra y gracia del Espíritu Santo. La Encarnación es la obra maestra del Espíritu Santo. Él fue la sombra fecunda que realiza el prodigio. Aquel día fue como un Pentecostés anticipado. Después de la Ascensión, ella recoge a los apóstoles, probablemente entristecidos por la marcha de Jesús, los reúne en el Cenáculo, los caldea en la oración a la espera de la efusión del Espíritu. Ella, junto al Espíritu, está presente en el nacimiento solemne de la Iglesia.
En Pentecostés, como rezamos en la hora Tercia, el Espíritu se manifiesta como la «la fuerza que pone pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo». A partir de Pentecostés, los apóstoles, fortalecidos con la fuerza de lo alto, comienzan a anunciar a Jesucristo como único salvador y redentor en Jerusalén, en Judea, Samaría, Galilea y en el mundo entonces conocido. Desde entonces han sido innumerables los cristianos laicos que, habiendo escuchado el mandato misionero de Jesús, lo han mostrado a sus hermanos, con coraje y valentía, con la palabra y, sobre todo, con el testimonio luminoso de su vida.
Por todo ello, Pentecostés es la fiesta del Apostolado Seglar. Todos nosotros, cualesquiera que sean nuestros acentos y carismas, estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe y de nuestra esperanza con entusiasmo y con audacia. Como nos ha repetido muchas veces el papa Francisco en estos años, y nosotros hemos recogido en nuestras Orientaciones pastorales diocesanas, todos estamos llamados a ser, al mismo tiempo, discípulos y misioneros. Ser discípulo exige seguir al Señor, imitarlo, estar profundamente enraizados en Él, gustar de su intimidad y gozar de su amistad. En la comunión estrecha con Jesús encontramos la vida, la verdadera vida digna de este nombre. Del encuentro diario con Jesucristo vivo, presente en la Eucaristía nacerá el deseo y el compromiso de anunciarlo, de compartir con nuestros hermanos el tesoro que nosotros hemos descubierto. Discipulado y misión, nos dicho el Papa, son como las dos caras de una misma moneda: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (Hch 4,12).
Encomiendo a la Virgen de Fátima a los miembros de Acción Católica y a los grupos y movimientos de Apostolado Seglar. A todos os esperamos en la catedral en la Vigilia de Pentecostés.
Para todos, mi saludo fraterno mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla