Conciertos desconcertados
Mi infancia son recuerdos de un patio salesiano. Empiezo remedando a Antonio Machado, tan de nuestra tierra, porque aventurarse a hablar de los centros concertados hoy en día pareciera que obliga a trazar una línea gruesa entre quienes los hemos disfrutado y quienes no han tenido esa dicha. Me crie en un patio de colegio en el que se respiraba bondad, sencillez, inteligencia y buen hacer. Rodeado de muchos profesores de una calidad humana sublime, algún cura al que casi en la clandestinidad llamábamos «la Macarena» por cómo se le mecía la sotana al andar, y muchos sacerdotes amigos, afectuosos, personas que lidiaban con una infancia más respetuosa e inocente que la mayoría de los niños que hoy pueblan algunos colegios. Acercarme al debate de la Concertada, por tanto, es hacerlo desde una perspectiva muy personal, sobre todo porque me considero un privilegiado, no tanto por razones económicas (como quiere hacernos creer la Junta de Andalucía), cuanto porque entre aquellos pórticos colegiales he vivido y aprendido tantas cosas de tanto valor que, al reflexionar sobre las razones por las cuales la Junta de Andalucía le tiene tanta manía a los centros concertados, la única conclusión plausible me parece muy cercana a deducciones que tiene que ver con la navaja de Ockham y reflexiones parecidas.
Como ya sabrán muy probablemente, por la campaña puesta en marcha por Escuelas Católicas de Andalucía, la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, de modo pacato y subrepticio, pretende la eliminación de 23 unidades educativas de distintos centros concertados de nuestra región, si bien no lo ha anunciado públicamente, aunque esta revisión se pone en marcha a modo de globo sonda a fin de tantear probablemente la reacción de los distintos centros concertados de la Comunidad Autónoma, casi acostumbrados, por desgracia, a vivir en una constante de enfrentamiento con esta Junta de Andalucía que se pone medallas con la Segunda Modernización de la Educación regalando netbooks que se venden posteriormente en el mercadillo del Charco la Pava a precios muy asequibles.
Tomarla a golpes contra la escuela concertada no puede deberse sino a la visión deformada de la realidad que tienen nuestros políticos. Como ya he escrito en varias ocasiones, la Iglesia y todo cuanto tiene que ver con ella, es un Don Tancredo excelente para este izquierdismo de pura estética que por delante atiza a los centros concertados, pero luego se las apaña para llevar a sus hijos a un centro concertado porque la calidad y los valores que se inculcan les son más fiables que cualquier centro público. Y puedo dar nombre y apellidos de algún vecino, muy conocido, cuyas hijas frecuentan una escuela concertada del centro de Sevilla, mientras su papá da ruedas de prensa un día sí y otro también tomándola a golpes contra la Concertada, elogio de coherencia, por cierto.
En el fondo existe una manifiesta doble moral: realmente la gran preocupación de la Junta de Andalucía no es tanto la calidad de la enseñanza, cuanto la diferencia de calidades entre unos centros y otros. Les molesta enormemente que los padres elijan, desde su libertad, un centro concertado, les molesta que los concertados tenga cada año más y más solicitudes de admisión, les incomoda infinitamente hasta forzar a algunos padres a idear artimañas de toda clase para conseguir plaza para sus hijos en un determinado centro concertado, porque otros centros públicos no sólo son deficitarios, sino que no se les dota de los medios imprescindibles y urgentes para desarrollar su labor educativa. ¿Les parece a ustedes normal que unos padres pongan detectives a otros para saber si tienen derecho a plaza en un colegio concertado? A la Junta de Andalucía le molesta que la tasa de abandono escolar sea el doble en la pública que en la concertada. Le molesta, en suma, que la Concertada tenga cada año más solicitudes y la única solución que discurre para evitarlo es eliminar unidades educativas de los centros concertados. Cada unidad educativa tiene detrás un montón de familias que eligen libertad y valores cristianos, una línea educativa en cada centro que supone contratos de trabajo de profesores, dotación económica, y sobre todo el futuro de cientos de niños: mientras la Junta de Andalucía no dota de medios económicos a sus propios centros, pretende dejar en la calle a todo este profesorado, a la vez que forzar a las familias a elegir un centro público cuya calidad educativa igual no les satisface. Viene a ser, en definitiva, la única manera que han descubierto nuestros políticos de ejercer la igualdad, que es igualarnos a todos por abajo, en el «necesita mejorar» antes que en el «progresa adecuadamente» de la calidad de los centros públicos. Por contra, un centro concertado pone en evidencia a todo el sistema, porque denota que se puede conseguir calidad a coste inferior del que nos cuesta a todos la enseñanza pública que nuestros políticos tratan de hundir a toda costa desde hace décadas.
Un centro concertado es la garantía del derecho de los padres a elegir para sus hijos un modelo educativo acorde a sus convicciones. Además de ello, la educación concertada significa Libertad, libertad que tiene tantos enemigos como políticos deseosos de imponer un pensamiento único y totalitario. Y eso se lo aseguro porque, terminando como escribió nuestro Lope de Vega, otro poeta, «quien lo probó, lo sabe«…
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