Condenados a muerte “por buenos”
Esta serie dedicada a los mártires de la persecución religiosa en la Archidiócesis de Sevilla durante el verano de 1936 se detiene hoy en cuatro casos de laicos, tres hombres y una mujer, que entregaron sus vidas tras unas trayectorias caracterizadas por una fe inquebrantable, una entrega a la Iglesia allí donde más falta hacían y una bondad innata de la que dan fe en algunos episodios de sus vidas como en la forma en la que se enfrentaron a una muerte cruenta. Estos hechos se localizan en tres localidades de la diócesis: Alcalá de Guadaira, Marchena y Constantina.
Agustín Alcalá (Alcalá de Guadaira, 1892) fue “condenado a muerte por bueno”, víctima de un acendrado catolicismo social con el que siempre lograba acuerdos con los trabajadores, algo nada propicio en unos momentos en los que arreciaron la lucha y las pasiones exacerbadas entre posiciones ideológicas extremas. Doctorado en Derecho a los 23 años, fue uno de los principales artífices de la expansión de la industria de aderezo de aceituna y fundador de empresas. Además, su compromiso cristiano le llevó a una reconocida militancia religiosa.
La noche del 17 de julio de 1936, mientras departía amigablemente frente a su casa, dos pistoleros le dispararon por detrás mortalmente. Venía de donar, de forma anónima, quinientas pesetas para atender a los más necesitados. Nada se pudo hacer por su recuperación y falleció al día siguiente encomendándose a Dios y perdonando a sus asesinos.
José María Rojas (Sevilla, 1910) y Manuel Luque (Marchena, 1893), unieron sus destinos a finales del mes de julio de 1936 en la misma localidad, Marchena, donde se aplicó la legislación secularizadora y laicista general de la II República. José María carecía de militancia política, y opositaba a Registro en Madrid tras acabar la carrera de Derecho. Ese verano regresó a Marchena para pasar las vacaciones con su familia, y dos días después de la sublevación militar fue detenido cuando se dirigía a casa de unos familiares tras escuchar misa. Fue recluido en el centro de los milicianos condenándolo a utilizarle como escudo humano en previsión de un asalto de las tropas nacionales que se dirigían al pueblo.
En esa tesitura coincidió con Manuel Luque, sacristán de la capilla de Santa Clara del convento de las Clarisas. La mañana del 18 de julio hubo un incidente durante la misa de las religiosas. Manuel se enfrentó a un grupo de sindicalistas armados, a los que se enfrentó y echó del templo. Esta actitud fue causa de su posterior detención y de la misma condena que a su paisano.
La improvisada cárcel fue utilizada como posición defensiva. Al abandonarla por el avance de los militares, los captores dispararon contra las personas allí recluidas, resultando gravemente heridos tanto José María Rojas como Manuel Luque. El cura que los atendió aseguró que Rojas perdonó a sus enemigos, añadiendo que, en coherencia con ello, no “dirá el nombre del agresor”. “Murió -anotó el párroco- con la muerte de los justos, hablando del Cielo”. En la misma línea, Manuel Luque confió a su madre el deseo de perdonar a su asesino, antes de fallecer el 22 de julio.
María de los Dolores Sobrino (Constantina, 1868) era una mujer profundamente religiosa, casada y sin hijos, fiel colaboradora en la parroquia que sufrió un martirio especialmente cruento. La intransigencia contra la Iglesia en Constantina se transmutó en violencia extrema a partir del golpe militar. La parroquia y los edificios religiosos fueron destruidos, el párroco y otros dos sacerdotes fueron asesinados tras sufrir en el cautiverio, maltrato y vejaciones. María de los Dolores no escapo de esta corriente salvaje. Su marido fue una de las primeras víctimas a lo que siguió el saqueo del domicilio familiar y su detención en la tarde del 23 de julio tras el asesinato del párroco, cuando se enfrentó a la turba recriminándole el hecho. Los desalmados la condujeron a la parroquia con numeroso acompañamiento, le mostraron el cuerpo sin vida del párroco y la asesinaron de un tiro a bocajarro por la espalda. Ambos cuerpos fueron objeto posteriormente de todo tipo de profanaciones por la plebe. Sus restos reposan hoy en el panteón erigido a las víctimas de aquellos sucesos.
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